domingo, 15 de marzo de 2020

Mi Biblioteca es tuya...

      

       La semana trae consigo un peso que afinca su carga a mitad de los días. Es miércoles y ya estoy injustamente cansado. Pareciera que cada hora llevara implícito un convenio casi programado, dispuesto en favor de tantas intenciones, y sin embargo, algunas de esas horas se deslíen en las naderías de un coloquio que se extendió tan espontáneo como fútil. Palabras en ruinas, frases desgastadas, argumentos desechables que se utilizan y reutilizan como si fueran un combustible reciclado con el que se pretende un inerte seguir. Lo cierto, si es que hay algo cierto, es que el día se sucede solo; más bien deviene.

                  Antes de que  las horas agonicen en la noche taciturna, regreso a mi casa con otras muchas convicciones, acaso entorpecido de tantas; -sigue siendo miércoles- es una de ellas, sigue siendo hoy. Aun puedo aprovechar lo que queda de día, porque mañana quién sabe, mañana será otro hoy, distinto; mañana no llega todavía, pero está allí en el borde, lo puedo ver como desde un balcón mágico. ¿Qué otras convicciones me acompañarán?

                  Mi abstracción es interrumpida por el sonido de mi teléfono, que me recuerda, como gato de Cheshire, la individualísima subjetividad de mi propio momento. Un mensaje ha llegado. Es mi tía que me pregunta si nos vamos a ver el fin de semana. Sugiere la excusa de una pizza a cambio de una tertulia. Con ella los ratos se hacen amenos y el tiempo se me olvida. Es más mi amiga que mi tía. Nuestra relación no trae consigo los convencionalismos de un eje preestablecido, en lo absoluto. Lo de nosotros es más fluido, nada forzado. Totalmente franco, desvergonzadamente diáfano y sincero hasta el descaro, porque nuestro amor no requiere disculpas, porque no nos hace falta perdonarnos nada.

Nuestros encuentros son prácticos, no precisamente prolongados. Hacemos un uso eficiente de nuestro tiempo, creo. Vamos a lo que vamos: a comer y a hablar de literatura. Una que otra cotidianidad se nos escabulle, pero no trasciende más allá de los matices de una cosmovisión compartida. Nuestro -secreto- es que nos enfocamos en nuestras coincidencias, dejando a un lado todo aquello con lo que no congeniamos. Así de dócil es nuestra aproximación. Por supuesto, en contexto nos intercambiamos exageradas adulaciones, las cuales nunca se nos hacen excesivas, eso favorece considerablemente nuestra relación. Nuestra admiración es mutua; sabemos, tanto el uno como el otro, que ambos pensamos cosas increíbles; que nuestra capacidad imaginativa trasciende los límites de la cordura, y que la ficción de las letras nutre nuestros días gracias al fabuloso oficio de la lectura. Somos cómplices, eso somos, secuaces quizá.

Me toca a mí, -dice el mensaje. Y yo respondo, pero cómo te va a tocar a ti si me toca a mí. (…) Ella decreta, bueno pero yo brindo las cervezas. (Vaya lágrima programada). Está bien, finalizo totalmente persuadido, sin dilatar mi respuesta, porque un amigo no dilata sus respuestas.

La semana transcurre vanidosa y llega el domingo, ataviado de prolongado mediodía. Estoy favorablemente descansado, ya desayuné, preparé algo práctico, no muy suculento pero sí delicioso, tampoco abundante porque a mi tía le gusta almorzar temprano y a mí me gusta levantarme tarde. Dice Milan Kundera en una de sus novelas, que las mañanas, entre otras cosas, definen nuestro carácter, y a mi carácter no lo afecta la premura cotidiana de una obligación temprana. Coincido con el checo cuando señala al despertador como un inevitable némesis. Yo creo que ese fatal artefacto es el causante de muchas enfermedades… Pero, bueno, eso es harina de otro costal. Volvamos al domingo. El clima está fresco, pero puedo sentir los rayos del sol en mi rostro. Ya es mediodía. Cierro los ojos y comulgo con el astro entre esa sensación cálida que me obsequia aunada a una brisa renovadora. Respiro. Doy gracias en silencio por un nuevo día y por un sin fin de oportunidades. Exhalo revitalizado. Enciendo mi vehículo para ir a buscar a mi damisela helénica. Pongamos algo de Chet Baker en el reproductor para marinar este domingo aun crudo, pienso. Manejo relajado, ni muy rápido ni muy lento, con la vista fija en el asfalto progresivo que prefigura mi recorrido; seguramente mi tía me preguntará si tengo un nuevo amor, me encantaría engañarla. Inadvertido, llego a su casa antes de lo previsto, pues no ha habido tráfico que retrasara mi intención. Toco el claxon y ella sale. Ya estamos sincronizados. Ella sabe que soy yo. Bendición, le digo. Dios te bendiga, responde. ¿Cómo está la vida?, agrega. Sonrío y manifiesto: mejor sería un abuso… No miento, así lo creo, porque lo veo casi todo desde la ventana del agradecimiento. Y así comienzan nuestras acostumbradas citas los domingos. Confieso que cuando sube a mi carro me imagino muchas veces que me la llevo lejos de todo, como si la raptara a un mundo inmemorial en donde el destino no está fijado, alejados de cualquier  coyuntural molestia. Como si nos dejáramos deslizar dentro de la trompeta de Chet en un ilusorio viaje sin retorno.




La más de las veces, comemos mientras charlamos de alguna novela clásica. La tarde deviene, lenta pero satisfactoria. Conversar con ella es edificante, y definitivamente bueno para la salud de ambos. La comida siempre está deliciosa, aunque los dos sabemos que Borges sugiere la omisión del término -siempre- por el simple hecho de ser una evidente incorrección, una exageración si se quiere; pero no nos importa en esos momentos porque la comida siempre está sabrosa. Una vez persuadí al encargado del restaurant a poner adagios mientras mi tía me veía como si fuese yo el dueño del local. La música también es importante, al menos  para mí. Cuatro refrescantes cervezas fueron suficientes; no somos de comer postre, tal vez un café luego. Llévame a mi casa, me dice. Yo asiento.  Me gustaría extendernos un poco más pero a ella la tarde le da sueño. Ya de regreso tal vez nos tomemos el tentativo café.

En ocasiones entro a su casa un rato, para hurtar bajo su completo consentimiento algún libro de su biblioteca. A sus ojos se les dificulta ya dar uso a esos viejos libros, entonces lo hago yo, legítimamente licenciado y facultado para sustraer cualquier ejemplar en cualquiera de esas mis visitas. A su vez, mi -también inmensa- biblioteca electrónica alimenta sus académicas demandas, porque el formato le brinda la oportunidad de agrandar la letra con sus dedos, burlando a la extravagante lupa traída de Europa y a la noche de su mirar, maravillándose de que yo descargue en pocos segundos eso que ella desea leer. Así nos beneficiamos mutuamente, yo con sus libros llenos de polvo, invaluables, y ella con los míos de tipografía complaciente, inagotables. 

           Si el cielo es una biblioteca, como asevera Borges, entonces indudablemente mi Edén se conecta con el de mi tía. Así soy yo un amarillo en sus ojos, y ella todo un Olimpo en los míos. Agarra el que tú quieras, me dice munífica, mi biblioteca es toda tuya.

jueves, 1 de agosto de 2019

Guerra de dos reinos






                         

  Guerra de dos reinos




                                                                                   Érase una vez un hombre llamado Poh Togg Thoj, quien sumido en la parcial oscuridad de las cuatro paredes que le situaban decidió escribir una carta a un muy cercano y viejo amigo. Tal vez un poco difícil le fue esbozar su intención de saludo en algún papel del que disponía a razón de sus últimas demandas, sin embargo, resuelto en comunicar sus inquietudes no reparó en esfuerzos para hacer llegar aquella carta en donde, luego de saludar con aparente cordialidad, solicitaba más que razón de las próximas acciones de su viejo amigo Poh Yong Gogg, exigiendo respuestas ante los acontecimientos más inmediatos, los cuales, al parecer, escaparon de la memoria de quien recibiría la carta. Ambos, Poh Togg Thoj y Poh Yong Gogg, distaban de algún tiempo sin hablarse, sin saber el uno del otro. El primer comunicado de una posterior sucesión epistolar rezaría así:


¡Oh, Poh Yong Gogg! Amigo de fechorías, cómplice de mi vida y sus villanías, cuán callado has estado estos incontables días. Ya ni mis gritos objetas ¿acaso mis palabras para ti son nada? ¿No entiendes lo que se nos encima? Los días hacia el final de nuestros reinos se acortan y no he escuchado el eco de tus lamentos. Te recuerdo que nuestra hora se acerca. ¡Estad alerta! Manteneos despierto, pues el día elegido de nuestro verdugo se manifestará en muy poco tiempo. Ya quisieran mis ganas saber qué pasa por vuestra cabeza antes que os la corten, puesto que seguramente la perderéis como yo.

¿Acaso tu alma ya extraviada no delira ante la idea de ser arrancada definitivamente de ese patético cuerpo? Dime ¿es tal tu valentía que no alberga miedo alguno en tus insonoros pensamientos? ¿Con qué se alimenta el coraje de tu silencio? ¿Qué nuevo secreto guardas en la lejanía de tu postura? ¿En qué punto se fija tu mirada para mantenerte tan silente y tan calmado?

Hábilmente he recordado nuestra sentencia a las puertas de un mañana tan infausto como cercano. De seguro el tiempo os ha borrado ese recuerdo tan incierto. Manifiéstate más que pronto; responded a mi llamado o dejad de llamarte mi amigo. Si vuestro silencio pretendes mantener seré yo quien se adelante, por absurdo que suene, a entregarte la muerte.



La carta se hizo llegar, y así empezó una sucesión de ataques que ninguna imaginación pudiese concebir, ninguna más que la de estos dos que antes fueron amigos y que hoy se enfrentan. El silencio de uno provocó el prejuicio en el otro, y así la naturaleza impulsiva de la ira se manifestó en ambas direcciones como un alud de ofensas devastando todo a su paso.

La luz de una nueva mañana permitió a Poh Yong Gogg leer la carta que encendió el fuego de la discordia. Su letargo dio marcha a una fuerte irritación; lleno de rabia decidió romper su silencio para enfrentarse a su realidad más próxima: contestar de alguna manera. Solicitó entonces suficiente material para desfogar su reacción por la misma vía con la cual fue estimulado.


Poh Togg Thoj, ya no recuerdo siquiera el curso de mis días. Ensimismado he visto al tiempo pasarme por un lado, dejado yo a la deriva. No tengo en mi mente más que algunas borrosas reminiscencias de lo que fue mi reinado. No en vano mi mutismo se había gestado en consecuencia, pues al no saber qué hacer decidí callar.

Mas ahora he despertado, y el silencio del que fui por tanto dueño no tolerará la desvergüenza de tu retadora actitud. Tu carta ha movido en mí la idea de un ataque, el cual no estoy dispuesto a consentir. Mi defensa será el comienzo de una contienda sin precedente. Bríndome decido ya mismo a  mandar a quemar las casas de tu gente en contestación a tu desfachatez, ¡así lo he decidido! No quedarán más que cenizas humeantes a razón de tu insolencia.

Amenazarme a mí ha sido vuestro peor error. Rompisteis innecesariamente un silencio que había yo elegido para bien de mis más subjetivas imparcialidades, ahora escuchad el lamento antagónico de tu reino ardiendo en llamas. Yo soy Poh Yong Gogg, rey de reyes, y no permitiré que ningún ser viviente me señale con sus amenazas. Mejor la muerte que tolerar semejantes befas; mejor agredir que limitarme a no responder vuestras calumnias. Has acertado al señalar que el miedo no deambula en mis pensamientos, la reflexión de mi anterior mutismo no albergaba sentimiento alguno, estoy lleno de nada, y desde este exceso me enfrento a cualquier reacción que pudieseis tomad.


Con prontitud fue entregada la misiva, ocasionando aspavientos, arrebatos y movimientos llenos de ira en Poh Togg Thoj luego de leerla. La ira se hacía en él como la sal en el agua. Agitando la hoja de papel en donde sellaría su enfrentamiento se dispuso a escribir:


Más te hubiese valido quedaros callado y morir tranquilo. Habéis mandado a asesinar a las familias en mi reino, y eso lo pagaréis con la virtud de vuestras mujeres. En tus tierras será impregnado del incienso-nuestro el asilo estrecho de los placeres. Si de humo llenasteis mis casas, de lágrimas os  llenaré las vuestras, pues la rabia de la deshonra deviene en un llanto muy profuso y eso es lo que escucharan tus ya envenenados oídos. La dignidad de vuestras hembras se habrá ido al olvido; ya no serán tan ingenuas; ya no soñarán despiertas sino con un amor transido, tan lúbrico como infame. La ilusión ya no se posará en sus miradas porque sus ojos jamás verán igual a quien tal vez las ame. Sus pudores habrán mermado en un sentimiento poluto que ira más allá de la vergüenza y la resignación. Quemaste mis casas, pero yo allané las vuestras, ahora mefíticas del incienso de mis vigorosos gendarmes. Tus damas corrompidas inundarán sus noches con el peor de los lamentos.


Poh Yon Gogg rompió en tormento al terminar el comunicado. Golpeando sus paredes no hacía sino imaginar el sufrimiento infligido por el impulsivo Poh Tog Thoj. El día ya había avanzado en el encierro de aquella querella, en el hermetismo de semejante disputa y sus consecuencias. Aun con lágrimas en su rostro respondió a su agresor, encomendando al mismo guardia su mensaje. Ese mismo guardia que sin contrariedad ni molestia alguna resolvía en hacer llegar tanto una respuesta como la otra:


Oh, Poh Togg Thoj, serás recordado entre los más viles y cobardes por haber llevado a cabo tal acto. Desearía que los muros de la coyuntura no separaran nuestra proximidad para que me vierais a la cara y deciros esto directo a la vuestra. No tengo más que odio en el sitio de mi alma que antes estaba lleno de nada. La animadversión se rebosa en mí y sólo busca un objetivo: acabar con todo lo que se relacione con vuestra existencia.

He resuelto enviar a todos mis soldados con el encargo de secuestrar a los hijos de vuestro pueblo, y una vez raptados y arrancados de sus madres abandonarlos en la estepa; allí convivirán con los chacales y las hienas. Con el tiempo, en caso de que algunos sobrevivan, volverán con semblante de bestias, deshecha su humanidad, transfigurada su faz, obnubilado su ser. No recordarán a sus familiares y se comportarán como animales salvajes, atacándose unos a otros sin contemplación. Peor que morir les será vivir de esa manera.


Poh Togg Thoj leyó todo esto, no sin mostrarse encolerizado y entristecido; más aun al ver cierta expresión risueña en el guardia encomendado a la entrega de las cartas. Poh Togg Thoj lo enfrentó cuestionando lo sospechoso de su actitud, interpelándole ante la absurda idea de mofa. El guardia no prestó mucho cuidado, borrando la expresión de su rostro y limitándose a cumplir con la entrega y recepción de las cartas escritas; una condición subordinada le obligaba a aquellos oficios. Sin embargo, sus gestos esbozaban una suerte de disculpa, una compasiva lástima.

La tarde menguaba, y con ella la luz de un día que se brindaba como víspera fatal, sumido de un espectro tanático que a su vez impregnaba las almas de Poh Togg Thoj y de Poh Yong Gogg; las mismas almas que no hace tanto tiempo se estimaban y se llevaban bien. Aquel abnegado guardia llevó y trajo unas tantas cartas más, en donde se debatían intenciones de ataques más que bélicos, en donde lo peor de cada uno explotaba entre amenazas y golpes estratégicos en detrimento no sólo de cada cual sino de todo lo que le circundase. Cada uno destiló su más lesivo aceite para impregnar al otro de su encono.

Resultó que antes de que acabase ese día, el guardia hizo llamar a ambos con la intención de llevarlos a un sitio. La verdadera realidad de este relato es que tanto Poh Togg Thoj como Poh Yong Gogg no eran reyes, sino dos personas que estaban privadas de libertad;  sus celdas colindaban al igual que sus pretéritos. Ambos –reos- habían sido finalmente sentenciados a la horca por sus fechorías y delitos cometidos. Algunos si no muchos años transcurrieron, ambos confinados a calabozos contiguos; hasta que un día Poh Yong Gogg decidió dejar de hablar; de celda a celda al menos podían conversar, sin embargo, muchos días pasaron sin que Poh Togg Thoj escuchara una intención de respuesta.

Así fue como con el tiempo ambos reos perdieron la cordura, uno sumido en el mutismo y el otro en la amargura; pero por alguna razón Poh Togg Thoj recordó el terrible final de ambas sentencias. Muy a pesar de sus delirios sabía que al día siguiente de ese día ambos serían colgados, y por eso pidió al guardia que le suministraran tanto a él como a su viejo amigo varias hojas de papel y algo con qué escribir. Muy dentro de sí, a la sombra de una ineludible muerte, quería saber que no estaba solo, que no era el único que se había vuelto loco; la furia que extracta de la competencia tal vez le daría la fuerza que necesitaba para dar sus últimos pasos. En alguna reserva de lucidez pudo entender que sólo enfrentándose a su amigo podría sacarlo de su ensimismamiento, del ensueño perpetuo, de ese letargo que es vivir como muerto. Ahora ya es tarde, quien dormía durmió mucho tiempo para lamentablemente volver a dejar de estar despierto.

En este momento ambos han sido removidos de sus celdas; están caminando hacia el patíbulo; sus crímenes así lo devienen, el destino así lo dicta. Antes de que les pusieran la soga al cuello, Poh Togg Thoj se acercó a Poh Yong Gogg y le dijo:

-Te dije que te entregaría la muerte ¡ahí la tienes!

Poh Yong Gogg no respondió.




Fernando Egui Mejías
Junio, 2019

domingo, 22 de julio de 2018

Una carta de Hunter Thompson


En la primavera de 1958 Hunter S. Thompson recibió una carta de un amigo pidiéndole consejo, de tal manera que el escritor redactó una carta sobre el significado y el propósito de la vida. Es importante mencionar que en ese tiempo Thompson aún no era el depositario de ningún tipo de fama, pero sus palabras ya tenían la energía que lo convirtió en uno de los autores más celebrados del siglo XX. A continuación la traducción de dicha misiva.
22 de abril de 1958
Calle Perry 57
Ciudad de Nueva York
Querido Hume,
Tú pides consejo, ¡ah qué cosa tan humana y tan peligrosa! Pues dar consejo a un hombre que pregunta sobre qué hacer con su vida implica algo muy cercano a la egomanía. Asumir que se puede dirigir a un hombre hacia la meta máxima y correcta, al punto de señalar con un dedo tembloroso la dirección indicada es algo que sólo cometería un tonto.
Yo no soy un tonto, pero respeto tu sinceridad al pedirme mi consejo. Sin embargo te pido que cuando escuches lo que tengo que decir, concuerdes con que todos los consejos son sólo un producto del hombre que los da. Lo que puede ser verdad para uno, puede significar un desastre para otro. No veo la vida a través de tus ojos, ni tú a través de los míos. Si fuera a intentar darte un consejo específico sería como un ciego guiando a otro ciego.
“Ser o no ser, esa es la cuestión. ¿Qué es más noble para el alma: sufrir los golpes y las flechas de la injusta fortuna o tomar las armas contra un mar de adversidades…?”
(Shakespeare)
De hecho esa es la cuestión: si flotar con la corriente o nadar hacia una meta. Es una decisión que todos debemos tomar ya sea consciente o inconscientemente en algún momento de nuestra vidas. Muy pocas personas entienden esto. Piensa en cualquier decisión que hayas hecho y que tuviera una influencia en tu futuro: puede ser equivocada, pero no veo cómo podría ser cualquier cosa excepto una decisión –aunque sea indirecta– entre las dos cosas que he mencionado: flotar o nadar.
Pero ¿por qué no flotar si no tienes una meta? Esa es otra cuestión y es incuestionablemente mejor disfrutar la flotación que nadar en la incertidumbre. Entonces ¿cómo encuentra un hombre una meta? No un castillo en las estrellas, sino una cosa real y tangible. ¿Cómo puede un hombre estar seguro de que no va en pos de una “gran montaña de dulce”, una meta hecha de caramelo y azúcar que tiene poco sabor y nada de sustancia?
La respuesta (que es, en cierto sentido, la tragedia de la vida) es que buscamos entender la meta y no al hombre. Ponemos una meta que demanda de nosotros ciertas cosas: y hacemos estas cosas. Nos ajustamos a las demandas de un concepto que NO PUEDE ser válido. Cuando eras joven, vamos a suponer que querías ser bombero. Me siento razonablemente seguro de decir que ya no quieres ser un bombero. ¿Por qué? Porque tu perspectiva ha cambiado. No es el bombero quien ha cambiado, sino tú. Cada hombre es la suma total de sus reacciones a la experiencia. Como sus experiencias difieren y se multiplican, tú te convertirás en un hombre diferente y por lo tanto tu perspectiva cambia. Esto sigue y sigue. Cada reacción es un proceso de aprendizaje sumamente significativo, que altera tu perspectiva.
Así que parecería tonto ajustar nuestras vida a las demandas de una meta que vemos desde un ángulo diferente cada día ¿o no? ¿Cómo podemos esperar lograr algo más que una neurosis galopante?
La respuesta entonces no debe de tratar de metas en absoluto, o al menos no de metas tangibles en todo caso. Tomaría montones de papel desarrollar este tema a satisfacción. Sólo Dios sabe cuántos libros se han escrito sobre “el sentido del hombre” y ese tipo de cosas, sólo dios sabe cuántas personas han ponderado el tema. (Utilizo el término “sólo Dios sabe” puramente como una expresión”). Hay muy poco sentido en que yo intente dártelo en un proverbial resumen, porque soy el primero en admitir mi absoluta falta de certificaciones para reducir el significado de la vida a uno o dos párrafos.
Voy a alejarme de la palabra “existencialismo”, aunque puedes mantenerla en tu mente como una suerte de clave. Quizá también puedas tratar de leer algo llamado El ser y la nada, de Jean-Paul Sartre, y otra cosita llamada Existencialismo de Dostoyevsky a Sartre. Estas son meras sugerencias. Si te sientes genuinamente satisfecho con quien eres y lo que estás haciendo, entonces puedes olvidarte de esos libros. (Dejar a los perros que duermen acostarse). Pero de vuelta a la pregunta. Como dije, poner tu fe en las metas tangibles, sería, en el mejor de los casos, poco sabio. Así que no aspiramos a ser bomberos, no aspiramos a ser banqueros, ni policías ni doctores. ASPIRAMOS A SER NOSOTROS MISMOS.
Pero no me malentiendas. No quiero decir que no podemos ser bomberos, banqueros o doctores, sino que debemos hacer de la meta conformarnos con el individuo, en lugar de hacer que el individuo se conforme con la meta. En cada hombre, herencia y entorno se han combinado para producir una criatura con ciertas habilidades y deseos, incluyendo una necesidad muy arraigada de funcionar de tal forma que su vida TENGA SIGNIFICADO. Un hombre debe ser algo, debe importar.
Tal y como yo lo veo, la fórmula va más o menos así: un hombre debe escoger un camino que permita a sus HABILIDADES funcionar con un grado de eficiencia máxima hacia la gratificación de sus DESEOS. Al hacer esto, él está satisfaciendo una necesidad (dándose a sí mismo una identidad al funcionar en un rumbo fijo hacia una meta), él evita frustrar su potencial (al escoger un camino que no le pone límites a su desarrollo personal) y evita el terror de ver su meta languidecer o perder su encanto conforme se acerca a ella (en lugar de someterse a las demandas que busca, ha sometido su meta a adaptarse a sus propias habilidades y deseos.
En resumen, no ha dedicado su vida a alcanzar una meta predefinida, sino escogido una forma de vida que SABE que disfrutará. La meta es absolutamente secundaria: lo importante es el mecanismo que lleva a la meta. Y parece casi ridículo decir que un hombre DEBE funcionar en un patrón que él mismo ha elegido, ya que dejar que otro hombre defina tus metas es renunciar a uno de los aspectos más significativos de la vida: el acto definitivo de voluntad que hace a un hombre un individuo.
Vamos a asumir que tú piensas que tienes que decidir entre ocho caminos a seguir (predefinidos, por supuesto). Y vamos a asumir que no puedes ver ningún propósito real detrás de ninguno de los ocho. Entonces –y aquí está la esencia de todo lo que he dicho– DEBES ENCONTRAR UN NOVENO CAMINO.
Naturalmente no es tan fácil como suena. Pues has vivido una vida relativamente estrecha, una existencia más vertical que horizontal. De tal manera que no es muy difícil entender por qué te sientes así. Pero un hombre que procrastina al ELEGIR, inevitablemente verá que esta decisión es tomada por las circunstancias y no por él.
Así que si ahora te cuentas entre los desencantados, entonces no tienes otra opción más que aceptar las cosas como son, o seriamente buscar algo más. Pero cuídate de buscar metas: busca una forma de vida. Decide cómo quieres vivir y luego ve cómo puedes ganarte la vida DENTRO de ese modo de vida. Pero dirás: “No sé por dónde empezar buscar. No sé qué debo buscar”.
Y ese es el punto medular. ¿Vale la pena dejar algo para buscar algo mejor? Yo no lo sé, ¿lo es? ¿Quién puede hacer esa decisión si no tú? Pero aun si DECIDIERAS BUSCAR, has avanzado un gran camino para tomar la decisión.
Si no paro me voy a descubrir a mí mismo escribiendo un libro. Espero que no sea tan confuso como se ve a primera vista. Mantén en mente, por su puesto, que esta es MI FORMA de ver las cosas. Yo pienso que esto es aplicable de manera general, pero quizá tú no. Cada uno de nosotros debe crear su propio credo, éste es meramente el mío.
Si cualquier parte de esto no te hace sentido, por favor señálamelo. No estoy tratando de ponerte “en el camino” en busca del Valhalla, sino simplemente señalando que no es necesario aceptar las opciones que te da la vida tal y como la conoces. Hay más en ello que eso: nadie TIENE QUE hacer algo que no quiere por el resto de su vida. Pero de nuevo, si eso es lo que terminas haciendo, convéncete como sea de que DEBÍAS hacerlo. Entonces tendrás mucha compañía.
Eso es todo por ahora. Hasta que tenga noticias tuyas de nuevo, sigo siendo tu amigo,
Hunter.

Un Monet...




En este Monet se siente la nieve en los pies,
y un frío que poco a poco va desapareciendo.
Se puede sentir también el sol del cuadro en el rostro,
e imaginar la sombra fugaz que la urraca dibujará al volar…
Otro día que se asoma, con sus luces y sus sombras.

Sobre la película The Lobster

¡Advertencia!, sólo si a usted le gustaron películas como: Being John Malkovitch (Spike Jonze); Her (Spike Jonze); Under the skin (Jonathan Glazer); Birdman (Alejandro González Iñárritu); Donnie Darko (Richard Kelly), Eternal sunshine of a spotless mind (Michel Gondry), The Double (Richard Ayoade); Adaptation (Spike Jonze); The Village (M. Night Shyamalan); e incluso Edward Scissorhands (Tim Burton), entonces encontrará en The Lobster eso distinto que sólo el séptimo arte nocomercial puede ofrecer. De lo contrario, ni se moleste en tratar de verla, porque su impulsividad le hará quitarla en menos de 15 minutos.

The Lobster es una historia que, de manera más satírica que distópica, no se cohibe en señalar a una sociedad la cual se reserva el derecho de permitir o no que las personas permanezcan solteras… La pérdida, la búsqueda, y el encuentro del individuo, en sí mismo y en su circunstancia más próxima… Un hotel, un bosque y una pequeña ciudad bastan para representar excelentes metáforas escritas por un par de visionarios, Efthimis Filippou y Yorgos Lanthimos.

Instrucciones para subir una escalera, por Julio Cortázar


Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se sitúa un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.
Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).
Llegado en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.
FIN

Julio Cortázar (1914-1984)

El verdadero símbolo del Comunismo




El verdadero símbolo del comunismo debería ser una letrina! Allí, donde absolutamente todos somos iguales... en nuestro estado más natural y menos decoroso.

Fernando Egui Mejías