Si
te preguntas cómo me siento, tal vez no estés cerca de entenderlo, pues cada
vida es un puñado de subjetividades, y cada quién desde su sistema perceptivo
asume o no sentimientos tras sentimientos. Pensamientos y posturas que cada uno
mete en su anacrónica gaveta existencial.
Hablo
desde mi coyuntural situación de duelo.
Cada
vida es un baúl de sorpresas y un sin fin de oportunidades, tomadas o dejadas a
un lado…
Los
seres humanos tienen la mala costumbre de agrupar las emociones en una sola
esquina, y yo, por el contrario, llevo mucho tiempo entrenando a mi cerebro
para que no lo haga.
Creo
firmemente que las emociones actúan como insistentes saboteadoras,
distrayéndonos de nuestros verdaderos objetivos. Y cuando tratamos de atacarlas
renacen y se multiplican, como las cabezas de la Hidra de Lerna*, siendo nosotros un Hércules, errante y sin
ayuda de un Yolao que nos enseñe una
alternativa, una manera para "cortar y cauterizar" para poder "regresar a Tebas".
Así pues, como el Quijote peleó contra molinos de viento, así tal vez nosotros peleemos innecesariamente contra múltiples Hidras; no teniendo en cuenta que el verdadero enemigo pudiera encontrarse en un elemento Euristeo, aun más peligroso y lejano a todo aquello.
Así pues, como el Quijote peleó contra molinos de viento, así tal vez nosotros peleemos innecesariamente contra múltiples Hidras; no teniendo en cuenta que el verdadero enemigo pudiera encontrarse en un elemento Euristeo, aun más peligroso y lejano a todo aquello.
Aquí
no caben caprichos, aquí estamos hablando de metas en contraste con los obstáculos, y nuestra inevitable
condición emocional nos prela el avance continuo, el mejoramiento, el
crecimiento e incluso la meta final más ambiciosa: la felicidad sostenida e inquebrantable. Sin embargo, no se puede
anhelar tanto, pues la felicidad plena: no
existe. La felicidad es un sentimiento tan inevitablemente discontinuo como
intermitente, entonces será mejor para todos pensar que sí se puede. Sí se puede ser feliz, a pesar de los pesares. Piénsalo.
Asúmelo con convicción.
Si
te preguntas cómo me siento, pues siento que estoy tan ocupado que no me he
dado la oportunidad de sufrir. No estoy alimentando una úlcera emocional con explosión
post-fechada, no; estoy entrenando mis emociones y no precisamente con
ejercicios fáciles. La muerte de una madre no es un ejercicio fácil. Ahora
bien, el punto es este:
¡Hay
tanto que hacer!
No
miento al decir que mis pensamientos se
posan, de vez en cuando, en un recuerdo de ella, y por un momento me distraigo
de la faena diaria, pero la convicción de avanzar se sobrepone ante la pérdida
de alguien tan cercano, porque pasar más tiempo en ello sería como dejarme llevar por
la corriente del mar y perderme poco a poco, arrastrado por algo más fuerte que
yo… Por eso no lo hago. En esos momentos me siento como perdido en una noche
eterna de alta mar, a la deriva, lleno de pesimismo, desconsuelo, añoranza,
desconcierto y desolación. No me gusta estar así. No me gusta cuando algunas
personas, inconscientemente, me empujan hacia esas aguas con sus comentarios
excesivos de condolencia. Léase bien: excesivos. Esos momentos en los que
piensas: coño hablemos de otro tema por
favor.
Si
te preguntas qué pienso, pues pienso que el ser humano así como maravilloso y
lleno de bondades, también esta repleto de debilidad, de inseguridad, de miedo,
de inexperiencia. Siendo esta última su verdadero pecado, cincelado en la Ignorancia
(pero a niveles desbordantes). No saber nos conduce por caminos oscuros, por
senderos inhóspitos, por veredas incómodas y desalentadoras, cuando querer
aprender esta lejos de nuestra convencimiento…
Que
el impulsivo no malinterprete mis conjeturas, pues bien asumo el error como el
mejor de los maestros, y el deseo sincero de saber, como el inicio de la
verdadera sabiduría. Pero, es una realidad el hecho de que estamos condenados a
no saber.
Ahora
bien, no todo esta perdido; una alentadora alternativa sucumbe ante tal
calamidad. Existe una luz al final del túnel. Así como la debilidad del ser
humano se vislumbra tan fácilmente a cualquiera que se detenga a detallarla,
siendo sus fisuras palpables en cualquier escenario de vida, así también,
dentro de esa negativa condición, somos dueños del poder más fuerte entre
todos:
¡Las
Ganas!
No
decaigo ante el dolor pues mis Ganas de seguir adelante son más fuertes que
cualquier pérdida.
No
me dejo llevar por la tristeza porque mis Ganas de ser feliz son más fuertes.
No
dejo de reírme pues mis Ganas son enteramente positivas y mis sueños son
constantes, mis sueños están blindados, mis sueños no dan tregua y la alegría
está siempre presente en ellos.
No
me derrumbo porque mis Ganas no me lo permiten, recordándome que el camino es
hacia delante.
Tengo
tantas ganas de tantas cosas, que el dolor me pasa por al lado, lo miro y sigo!
Estamos
llamados a ser algo más...
*A Hércules le faltaban aún muchas hazañas por realizar, hasta liberarse del yugo del cruel Euristeo. A pesar de haber demostrado su valentía derrotando al león de Nemea, el rey le deparaba un enemigo aún peor.
ResponderEliminarEn las húmedas tierras que circundaban el lago de Lerna, oculta bajo la sombra de los plátanos y custodiando una de las entradas del mundo subterráneo, se encontraba la Hidra, que había sido cuidada por la propia Hera, madre de los dioses y enemiga implacable de Hércules. Esta hidra se asemejaba a una enorme serpiente y estaba dotada de un aliento venenoso que expulsaban sus incontables cabezas. Nadie había sobrevivido a su encuentro, pero Euristeo exigió a nuestro héroe que se encaminara hacia Lerna para acabar con el monstruo.
Hacia allí se dirigió Hércules, acompañado por su sobrino Yolao, fiel escudero que le acompañaba en sus aventuras. Ambos guardaban silencio en el carro que conducía éste, conscientes del peligro que iban a afrontar.
Cuando llegaron al lago, no les costó adivinar dónde se encontraba la guarida de la Hidra, pues un reguero de huesos marcaba un fatídico camino hasta la entrada de la cueva donde se encontraba el monstruo. Ambos prendieron antorchas que arrojaron en el interior de aquella negra oquedad, para forzar a la Hidra a salir al exterior y enfrentarse a ella bajo la luz del sol.
Quizás hubieran preferido luchar en la oscuridad, pues el aspecto del ser que emergió de las profundidades de la roca, siseando como si albergara la rabia de mil cobras enfurecidas, encogió sus corazones. El aspecto de la Hidra era imponente. Se irguió por encima de la altura de los caballos, que huyeron horrorizados y sus incontables fauces empezaron a exhalar su aliento mortífero. Por suerte, tanto Yolao como Hércules habían tomado la precaución de cubrir sus rostros con telas, para impedir que aquellos gases infectos pudieran dañarles y, con un grito descomunal, Hércules se abalanzó sobre la Hidra, blandiendo una espada de oro. Cegado por la furia del combate y la repugnancia que le causaba el animal, no se dio cuenta de que sus embates no hacían sino redoblar la fortaleza de su enemigo.
– Detente, Hércules, por cada cabeza que corta el filo de tu espada, surgen dos nuevas serpientes. ¡Huyamos antes de que sea demasiado tarde! – suplicó Yolao.
– ¡El fuego, tu antorcha!
Yolao entendió al instante las instrucciones de su tío. Haciendo acopio de valor, se acercó hasta los dos combatientes y aplicó el fuego de una antorcha sobre los cuellos cercenados por la espada de Hércules, cerrando así las negras heridas e impidiendo que nuevas cabezas pudieran brotar.
La Hidra se retorcía de dolor y ya apenas le quedaba la serpiente principal, aquella que era inmortal y no podía ser dañada. Con un rápido movimiento, blandiendo la espada con sus fuertes brazos, Hércules cortó el cuello que sustentaba la cabeza de la Hidra, que cayó al suelo entre estertores, derramando una sangre espesa, negra, nauseabunda. El héroe había vencido de nuevo, esta vez con la ayuda inestimable de Yolao que, desfallecido, contempló cómo su tío enterraba la cabeza del monstruo y untaba con aquella mortífera sangre la punta de sus flechas, que a partir de ese momento tendrían un efecto letal al menor roce.
Exhaustos y tratando de olvidar el horror que dejaban atrás, regresaron a Tebas, en busca de más instrucciones de quien era en realidad su más difícil enemigo, Euristeo.