Guerra
de dos reinos
Érase una vez un hombre llamado Poh Togg Thoj, quien sumido
en la parcial oscuridad de las cuatro paredes que le situaban decidió escribir
una carta a un muy cercano y viejo amigo. Tal vez un poco difícil le fue
esbozar su intención de saludo en algún papel
del que disponía a razón de sus últimas
demandas, sin embargo, resuelto en comunicar sus inquietudes no reparó en esfuerzos
para hacer llegar aquella carta en donde, luego de saludar con aparente
cordialidad, solicitaba más que razón de las próximas acciones de su viejo
amigo Poh Yong Gogg, exigiendo respuestas ante los acontecimientos más
inmediatos, los cuales, al parecer, escaparon de la memoria de quien recibiría
la carta. Ambos, Poh Togg Thoj y Poh Yong Gogg, distaban de algún tiempo sin
hablarse, sin saber el uno del otro. El primer comunicado de una posterior
sucesión epistolar rezaría así:
¡Oh, Poh Yong Gogg! Amigo
de fechorías, cómplice de mi vida y sus villanías, cuán callado has estado
estos incontables días. Ya ni mis gritos objetas ¿acaso mis palabras para ti
son nada? ¿No entiendes lo que se nos encima? Los días hacia el final de
nuestros reinos se acortan y no he escuchado el eco de tus lamentos. Te
recuerdo que nuestra hora se acerca. ¡Estad alerta! Manteneos despierto, pues
el día elegido de nuestro verdugo se manifestará en muy poco tiempo. Ya
quisieran mis ganas saber qué pasa por vuestra cabeza antes que os la corten,
puesto que seguramente la perderéis como yo.
¿Acaso tu alma ya extraviada no delira ante la idea de ser arrancada definitivamente de ese patético cuerpo? Dime ¿es tal tu valentía que no alberga miedo alguno en tus insonoros pensamientos? ¿Con qué se alimenta el coraje de tu silencio? ¿Qué nuevo secreto guardas en la lejanía de tu postura? ¿En qué punto se fija tu mirada para mantenerte tan silente y tan calmado?
¿Acaso tu alma ya extraviada no delira ante la idea de ser arrancada definitivamente de ese patético cuerpo? Dime ¿es tal tu valentía que no alberga miedo alguno en tus insonoros pensamientos? ¿Con qué se alimenta el coraje de tu silencio? ¿Qué nuevo secreto guardas en la lejanía de tu postura? ¿En qué punto se fija tu mirada para mantenerte tan silente y tan calmado?
Hábilmente he recordado
nuestra sentencia a las puertas de un mañana tan infausto como cercano. De
seguro el tiempo os ha borrado ese recuerdo tan incierto. Manifiéstate más que
pronto; responded a mi llamado o dejad de llamarte mi amigo. Si vuestro
silencio pretendes mantener seré yo quien se adelante, por absurdo que suene, a
entregarte la muerte.
La carta se hizo llegar, y así empezó una sucesión de
ataques que ninguna imaginación pudiese concebir, ninguna más que la de estos
dos que antes fueron amigos y que hoy se enfrentan. El silencio de uno provocó
el prejuicio en el otro, y así la naturaleza impulsiva de la ira se manifestó
en ambas direcciones como un alud de ofensas devastando todo a su paso.
La luz de una nueva mañana permitió a Poh Yong Gogg leer la
carta que encendió el fuego de la discordia. Su letargo dio marcha a una fuerte
irritación; lleno de rabia decidió romper su silencio para enfrentarse a su
realidad más próxima: contestar de alguna manera. Solicitó entonces suficiente
material para desfogar su reacción por la misma vía con la cual fue estimulado.
Poh Togg Thoj, ya no
recuerdo siquiera el curso de mis días. Ensimismado he visto al tiempo pasarme
por un lado, dejado yo a la deriva. No tengo en mi mente más que algunas
borrosas reminiscencias de lo que fue mi reinado. No en vano mi mutismo se
había gestado en consecuencia, pues al no saber qué hacer decidí callar.
Mas ahora he despertado,
y el silencio del que fui por tanto dueño no tolerará la desvergüenza de tu
retadora actitud. Tu carta ha movido en mí la idea de un ataque, el cual no
estoy dispuesto a consentir. Mi defensa será el comienzo de una contienda sin
precedente. Bríndome decido ya mismo a mandar
a quemar las casas de tu gente en contestación a tu desfachatez, ¡así lo he
decidido! No quedarán más que cenizas humeantes a razón de tu insolencia.
Amenazarme a mí ha sido vuestro peor error. Rompisteis innecesariamente un silencio que había yo elegido para bien de mis más subjetivas imparcialidades, ahora escuchad el lamento antagónico de tu reino ardiendo en llamas. Yo soy Poh Yong Gogg, rey de reyes, y no permitiré que ningún ser viviente me señale con sus amenazas. Mejor la muerte que tolerar semejantes befas; mejor agredir que limitarme a no responder vuestras calumnias. Has acertado al señalar que el miedo no deambula en mis pensamientos, la reflexión de mi anterior mutismo no albergaba sentimiento alguno, estoy lleno de nada, y desde este exceso me enfrento a cualquier reacción que pudieseis tomad.
Amenazarme a mí ha sido vuestro peor error. Rompisteis innecesariamente un silencio que había yo elegido para bien de mis más subjetivas imparcialidades, ahora escuchad el lamento antagónico de tu reino ardiendo en llamas. Yo soy Poh Yong Gogg, rey de reyes, y no permitiré que ningún ser viviente me señale con sus amenazas. Mejor la muerte que tolerar semejantes befas; mejor agredir que limitarme a no responder vuestras calumnias. Has acertado al señalar que el miedo no deambula en mis pensamientos, la reflexión de mi anterior mutismo no albergaba sentimiento alguno, estoy lleno de nada, y desde este exceso me enfrento a cualquier reacción que pudieseis tomad.
Con prontitud fue entregada la misiva, ocasionando
aspavientos, arrebatos y movimientos llenos de ira en Poh Togg Thoj luego de
leerla. La ira se hacía en él como la sal en el agua. Agitando la hoja de papel
en donde sellaría su enfrentamiento se dispuso a escribir:
Más te hubiese valido
quedaros callado y morir tranquilo. Habéis mandado a asesinar a las familias en
mi reino, y eso lo pagaréis con la virtud de vuestras mujeres. En tus tierras será
impregnado del incienso-nuestro el asilo estrecho de los placeres. Si de humo
llenasteis mis casas, de lágrimas os llenaré las vuestras, pues la rabia de la
deshonra deviene en un llanto muy profuso y eso es lo que escucharan tus ya
envenenados oídos. La dignidad de vuestras hembras se habrá ido al olvido; ya
no serán tan ingenuas; ya no soñarán despiertas sino con un amor transido, tan
lúbrico como infame. La ilusión ya no se posará en sus miradas porque sus ojos
jamás verán igual a quien tal vez las ame. Sus pudores habrán mermado en un
sentimiento poluto que ira más allá de la vergüenza y la resignación. Quemaste
mis casas, pero yo allané las vuestras, ahora mefíticas del incienso de mis
vigorosos gendarmes. Tus damas corrompidas inundarán sus noches con el peor de
los lamentos.
Poh Yon Gogg rompió en tormento al terminar el comunicado.
Golpeando sus paredes no hacía sino imaginar el sufrimiento infligido por el
impulsivo Poh Tog Thoj. El día ya había avanzado en el encierro de aquella
querella, en el hermetismo de semejante disputa y sus consecuencias. Aun con
lágrimas en su rostro respondió a su agresor, encomendando al mismo guardia su
mensaje. Ese mismo guardia que sin contrariedad ni molestia alguna resolvía en
hacer llegar tanto una respuesta como la otra:
Oh, Poh Togg Thoj, serás
recordado entre los más viles y cobardes por haber llevado a cabo tal acto.
Desearía que los muros de la coyuntura no separaran nuestra proximidad para que
me vierais a la cara y deciros esto directo a la vuestra. No tengo más que odio
en el sitio de mi alma que antes estaba lleno de nada. La animadversión se
rebosa en mí y sólo busca un objetivo: acabar con todo lo que se relacione con
vuestra existencia.
He
resuelto enviar a todos mis soldados con el encargo de secuestrar a los hijos
de vuestro pueblo, y una vez raptados y arrancados de sus madres abandonarlos
en la estepa; allí convivirán con los chacales y las hienas. Con el tiempo, en
caso de que algunos sobrevivan, volverán con semblante de bestias, deshecha su
humanidad, transfigurada su faz, obnubilado su ser. No recordarán a sus
familiares y se comportarán como animales salvajes, atacándose unos a otros sin
contemplación. Peor que morir les será vivir de esa manera.
Poh Togg Thoj leyó todo esto, no sin mostrarse encolerizado
y entristecido; más aun al ver cierta expresión risueña en el guardia
encomendado a la entrega de las cartas. Poh Togg Thoj lo enfrentó cuestionando
lo sospechoso de su actitud, interpelándole ante la absurda idea de mofa. El
guardia no prestó mucho cuidado, borrando la expresión de su rostro y
limitándose a cumplir con la entrega y recepción de las cartas escritas; una
condición subordinada le obligaba a aquellos oficios. Sin embargo, sus gestos
esbozaban una suerte de disculpa, una compasiva lástima.
La tarde menguaba, y con ella la luz de un día que se
brindaba como víspera fatal, sumido de un espectro tanático que a su vez
impregnaba las almas de Poh Togg Thoj y de Poh Yong Gogg; las mismas almas que
no hace tanto tiempo se estimaban y se llevaban bien. Aquel abnegado guardia
llevó y trajo unas tantas cartas más, en donde se debatían intenciones de
ataques más que bélicos, en donde lo peor de cada uno explotaba entre amenazas
y golpes estratégicos en detrimento no sólo de cada cual sino de todo lo que le
circundase. Cada uno destiló su más lesivo aceite para impregnar al otro de su
encono.
Resultó que antes de que acabase ese día, el guardia hizo
llamar a ambos con la intención de llevarlos a un sitio. La verdadera realidad
de este relato es que tanto Poh Togg Thoj como Poh Yong Gogg no eran reyes,
sino dos personas que estaban privadas de libertad; sus celdas colindaban al igual que sus
pretéritos. Ambos –reos- habían sido finalmente sentenciados a la horca por sus
fechorías y delitos cometidos. Algunos si no muchos años transcurrieron, ambos
confinados a calabozos contiguos; hasta que un día Poh Yong Gogg decidió dejar
de hablar; de celda a celda al menos podían conversar, sin embargo, muchos días
pasaron sin que Poh Togg Thoj escuchara una intención de respuesta.
Así fue como con el tiempo ambos reos perdieron la cordura,
uno sumido en el mutismo y el otro en la amargura; pero por alguna razón Poh
Togg Thoj recordó el terrible final de ambas sentencias. Muy a pesar de sus
delirios sabía que al día siguiente de ese día ambos serían colgados, y por eso
pidió al guardia que le suministraran tanto a él como a su viejo amigo varias
hojas de papel y algo con qué escribir. Muy dentro de sí, a la sombra de una
ineludible muerte, quería saber que no estaba solo, que no era el único que se
había vuelto loco; la furia que extracta de la competencia tal vez le daría la
fuerza que necesitaba para dar sus últimos pasos. En alguna reserva de lucidez
pudo entender que sólo enfrentándose a su amigo podría sacarlo de su
ensimismamiento, del ensueño perpetuo, de ese letargo que es vivir como muerto.
Ahora ya es tarde, quien dormía durmió mucho tiempo para lamentablemente volver
a dejar de estar despierto.
En este momento ambos han sido removidos de sus celdas; están
caminando hacia el patíbulo; sus crímenes así lo devienen, el destino así lo
dicta. Antes de que les pusieran la soga al cuello, Poh Togg Thoj se acercó a
Poh Yong Gogg y le dijo:
-Te dije que te
entregaría la muerte ¡ahí la tienes!
Poh Yong Gogg no respondió.
Fernando
Egui Mejías
Junio,
2019
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