“Un pesimista es un optimista con experiencia” decía Francois Turffaut... No es justo hacerse la vista gorda con la precaria situación que vivimos en Venezuela, pero tampoco es justo que cada día solo se limite a una nueva calamidad en una progresiva explosión de quejas, aflicciones y penurias.
Todos y cada uno de nosotros tiene responsabilidades, retos, obstáculos y demás "sustantivos" que califican o descalifican su día a día y su propia cosmovisión. El venezolano ha caído en un letargo emocional que lo ha sumergido en una suerte de fatalismo contínuo que no le deja ver más allá de la escasez, la inseguridad, la corrupción, el control cambiario y todas las irregularidades que nos atañen como sociedad limitada que somos.
Permítanme comentarles que la “estrategia de embrutecer al venezolano” está funcionando a niveles insospechados. Yo estoy completamente consciente de lo difícil que se ha vuelto vivir en este país. Yo estoy al tanto de las noticias. También soy consciente de una lista enorme y creciente de irregularidades que se suscitan cada 24 horas. Tengo mis obligaciones y prioridades, como cada ciudadano. Pero también creo, con certeza, que ningún extremo es prudente. Es decir, no podemos caer en desidia, pero tampoco podemos zambullirnos en un fatalismo extremo.
Trabajar con público brinda la oportunidad de fungir como termómetro social. Al fin y al cabo es otro sesgo más, pero qué es el Conocimiento sino una bolsa llena de recuerdos y sesgos. No obstante, el tamaño de la bolsa varía según cada quien… Cada día llegan personas a la tienda, donde yo trabajo, a “ventilar” sus percepciones sin filtro, sin decoro. Cada día más gente vocifera sus frustraciones e impresiones, como diría Gisela Kosak Rovero en su libro Ni tan Chéveres ni tan Iguales: “cual opinadores de panadería…”.
El venezolano somatiza las calamidades de su gentilicio a través de un péndulo dicotómico, que oscila bruscamente entre el chistecito a razón de una noticia, y la exacerbación radical-fatalista de una realidad con la que no se vive sino se sobrevive. Si no está "cagado de la risa" con alguna broma texto-gráfica, entonces anda solapando espacios, gritando a los cuatro vientos su desdicha, exigiendo una suerte de empatía inmediata. Así nos paseamos inadvertidos entre la gracia y la desgracia, soñando con el placebo de un anhelado sionismo…
La gente atropella con sus argumentos en un arrebato “excusado” por su propia condición de sobreviviente. Es verdad, en este país no se vive: se sobrevive. En este país no se procede: se improvisa. En este país no se ejecuta: se resuelve. En este país o se habla peste de la patria o se es un chauvinista empedernido… Así podría abarrotar de líneas este texto, pero caería en esa “somatización mal canalizada” la cual estoy, más que criticando: identificando.
¿En qué momento el equilibrio se volvió algo utópico? Levanto mi bandera en señal de alerta. El país está como aquel animal serpentiforme (uróboros) que se muerde su propia cola… Podríamos comprarla también con los mitos de Sísifo o Tántalo; por eso en otros artículos he mencionado la materialización social de un loop.
Hoy en día impera lo absurdo. Ni hablar de los niveles de estulticia…
Venezuela va rumbo a convertirse en una distopía señores. Sépase que lo contrario a la civilización es: la barbarie. Y en eso andamos; lo que pasa es que a veces, usted, no se da cuenta de que el papel de bárbaro se lo juega una vez a la semana, o tal vez diez minutos al día. O por unos momentos el mes pasado… Así todos reclamamos nuestro derecho a despotricar a razón de un inminente neo-fatalismo.
Muchas veces mi condición más nietzscheneana (mi sarcasmo puro) me ha llevado a comentar que mi matica de la misantropía se riega a diario, sola. Reitero que soy crítico de las posturas dicotómicas, pero así como valoro cada oportunidad que pueda brindar este país, así también estoy de acuerdo con Miguel de Unamuno cuando dijo: “El nacionalismo es una enfermedad que se cura viajando…”. El mismo que escribió, bajo arresto domiciliario, en 1936: “La barbarie es unánime. Es el régimen de terror por las dos partes. España está asustada de sí misma, horrorizada. Ha brotado la lepra católica y anticatólica. Aúllan y piden sangre los unos y los otros. Y aquí está mi pobre España, se está desangrando, arruinando, envenenando y entonteciendo...”.
Fernando Egui Mejías
Escritor exacerbado con miras a convertirse en misántropo
Todos y cada uno de nosotros tiene responsabilidades, retos, obstáculos y demás "sustantivos" que califican o descalifican su día a día y su propia cosmovisión. El venezolano ha caído en un letargo emocional que lo ha sumergido en una suerte de fatalismo contínuo que no le deja ver más allá de la escasez, la inseguridad, la corrupción, el control cambiario y todas las irregularidades que nos atañen como sociedad limitada que somos.
Permítanme comentarles que la “estrategia de embrutecer al venezolano” está funcionando a niveles insospechados. Yo estoy completamente consciente de lo difícil que se ha vuelto vivir en este país. Yo estoy al tanto de las noticias. También soy consciente de una lista enorme y creciente de irregularidades que se suscitan cada 24 horas. Tengo mis obligaciones y prioridades, como cada ciudadano. Pero también creo, con certeza, que ningún extremo es prudente. Es decir, no podemos caer en desidia, pero tampoco podemos zambullirnos en un fatalismo extremo.
Trabajar con público brinda la oportunidad de fungir como termómetro social. Al fin y al cabo es otro sesgo más, pero qué es el Conocimiento sino una bolsa llena de recuerdos y sesgos. No obstante, el tamaño de la bolsa varía según cada quien… Cada día llegan personas a la tienda, donde yo trabajo, a “ventilar” sus percepciones sin filtro, sin decoro. Cada día más gente vocifera sus frustraciones e impresiones, como diría Gisela Kosak Rovero en su libro Ni tan Chéveres ni tan Iguales: “cual opinadores de panadería…”.
El venezolano somatiza las calamidades de su gentilicio a través de un péndulo dicotómico, que oscila bruscamente entre el chistecito a razón de una noticia, y la exacerbación radical-fatalista de una realidad con la que no se vive sino se sobrevive. Si no está "cagado de la risa" con alguna broma texto-gráfica, entonces anda solapando espacios, gritando a los cuatro vientos su desdicha, exigiendo una suerte de empatía inmediata. Así nos paseamos inadvertidos entre la gracia y la desgracia, soñando con el placebo de un anhelado sionismo…
La gente atropella con sus argumentos en un arrebato “excusado” por su propia condición de sobreviviente. Es verdad, en este país no se vive: se sobrevive. En este país no se procede: se improvisa. En este país no se ejecuta: se resuelve. En este país o se habla peste de la patria o se es un chauvinista empedernido… Así podría abarrotar de líneas este texto, pero caería en esa “somatización mal canalizada” la cual estoy, más que criticando: identificando.
¿En qué momento el equilibrio se volvió algo utópico? Levanto mi bandera en señal de alerta. El país está como aquel animal serpentiforme (uróboros) que se muerde su propia cola… Podríamos comprarla también con los mitos de Sísifo o Tántalo; por eso en otros artículos he mencionado la materialización social de un loop.
Hoy en día impera lo absurdo. Ni hablar de los niveles de estulticia…
Venezuela va rumbo a convertirse en una distopía señores. Sépase que lo contrario a la civilización es: la barbarie. Y en eso andamos; lo que pasa es que a veces, usted, no se da cuenta de que el papel de bárbaro se lo juega una vez a la semana, o tal vez diez minutos al día. O por unos momentos el mes pasado… Así todos reclamamos nuestro derecho a despotricar a razón de un inminente neo-fatalismo.
Muchas veces mi condición más nietzscheneana (mi sarcasmo puro) me ha llevado a comentar que mi matica de la misantropía se riega a diario, sola. Reitero que soy crítico de las posturas dicotómicas, pero así como valoro cada oportunidad que pueda brindar este país, así también estoy de acuerdo con Miguel de Unamuno cuando dijo: “El nacionalismo es una enfermedad que se cura viajando…”. El mismo que escribió, bajo arresto domiciliario, en 1936: “La barbarie es unánime. Es el régimen de terror por las dos partes. España está asustada de sí misma, horrorizada. Ha brotado la lepra católica y anticatólica. Aúllan y piden sangre los unos y los otros. Y aquí está mi pobre España, se está desangrando, arruinando, envenenando y entonteciendo...”.
Fernando Egui Mejías
Escritor exacerbado con miras a convertirse en misántropo