martes, 24 de marzo de 2015

Venezuelan Loop




Cualquiera de nosotros (venezolanos) puede identificar la transformación que hemos sufrido a lo largo de estos años llenos de rivalidad socio-política. (Cualquiera con dos dedos de frente…) Parece que la discrepancia ha conseguido instaurarse, por decreto, en este país. Cualquiera de nosotros, reitero, podría fungir como termómetro social; como recolector de indicadores; como receptor y emisor del pensamiento colectivo y sus abstractas aristas; pues, como ciudadanos, todos vivimos y percibimos, tanto lo que ocurre, como lo que se oculta a nuestra vista. No hacen falta oráculos ni pitonisas para saber que hemos cambiado. ¡Venezuela ha cambiado y el venezolano, lastimosamente, también!
El pensamiento venezolano ha transfigurado en un sistemático e impulsivo acto reflejo, netamente reactivo. A mermado a una repetición inconsciente. El venezolano de ahora, anda siempre “a la defensiva”, y ha canjeado sus antiguos valores por otras actitudes que le sirven de herramientas ante el asecho de una agresión constante. Su escudo agrede, más que protegerle. Su paciencia sucumbe ante una agonía, una zozobra, una coyuntural desgracia.
Para nadie es un secreto que la exacerbación del venezolano se nota día a día. En su manera de hablar y manejar; en su abrupta llegada a un establecimiento sin respetar la prioridad de quienes aun esperan ser atendidos; en un ya desusado y poco común “buenos días”, “buenas tardes” o “buenas noches”; en la falta de decoro ante sus conciudadanos, pues ahora al venezolano “le sabe a mierda” si les escuchan o no sus groserías y sus vulgaridades. En fin, el arrebato colectivo es tan palpable como desagradable. Nefasto para una sociedad con miras al crecimiento.
No es mi intensión exponer los matices negativos de nuestra propia idiosincrasia, considero que nuestros defectos son harto conocidos por nosotros mismos, sin embargo, considero prudente recordar ciertas cosas, ya que la memoria del venezolano sí es de cuidado. La memoria del venezolano es como la de un sistema de vigilancia automatizada por cámaras, que graba por un período programado y luego reutiliza el espacio ocupado para “grabar encima”...
Antaño se apreciaban tantas entrevistas (televisivas y radiales) a talentosos, artistas, intelectuales y entusiastas que exponían los matices de algún arte, de alguna disciplina, de algún desempeño deshebrado con maravillosos resultados. Antaño se agrupaba una familia y se hablaba de “algo”. Se debatía en casa, con respeto, con tolerancia. Hoy los integrantes de esa familia viven en distintos países por causas más que conocidas, y los que aun conviven en ese hogar, conversan tratando de atinar palabras entre miradas de cabezas gachas que a veces se cruzan, puesto que la prioridad sea rendir culto a sus celulares inteligentes (phubbing). El venezolano no ha olvidado las normas del buen oyente y el buen hablante, simplemente, en su más escatológica expresión “le da ladilla”. Así se desjunta de su entorno para adentrarse como navegante en su viaje voyeur; en su expedición digital a otras vidas, ajenas a la suya...
La capacidad creativa se ha visto coartada por la inercia de un día a día que nos obliga a hablar de escasez y de inseguridad. ¿Cómo puede pensar en crear con cada suceso diario? ¿Cómo puede pensar, siquiera, en inventar, entre la bruma que le ciega de miedo y de angustia?... La conversación del venezolano se ha vuelto una espiral limitada, que al llegar al centro retoma su curso en reversa, una y otra vez. Todo apunta a la sobrevivencia, no del más apto, sino del más vivo, del más hábil. Así, un empleado deja de serlo para transmutarse en una suerte de nuevo-comerciante-informal, que se vale de las dádivas y subsidios del Estado, multiplicando los frutos de hacer una cola. La inversión de su moneda-tiempo canjeada por ganancia inmediata, colocando en un mercado negro los productos que obtuvo “a precio de gallina flaca”. Un “beneficio” que antes tardaba 15 días en llegar, y en medidas mucho más ínfimas que su novedosa pero circunstancial utilidad. Así, un chico deja de estudiar porque piensa que vendiendo por mercadolibre.com “gana más” que yendo a la universidad. <¿Para qué perder mi tiempo?> piensa en su más sensata introspección. Así, un empleado prefiere “rebuscarse” como moto-taxista, que cumplir un tedioso horario y seguir los lineamientos de un fulano jefe. Aquí ese venezolano “se arrechó” y dijo: ¡Ya no quiero jefe!.
***
Un Loop es un “episodio” que tiene un avance finito, que, al terminar de transcurrir, vuelve a su inicio para volver a comenzar repetitivamente; una y otra vez. Así se forma como una repetición que no trasciende… Cuando decimos que “caemos en lo mismo” estamos en presencia de un Loop. Cuando decimos que “tropezamos con la misma piedra” y que incluso “nos encariñamos con ella” estamos en presencia de un Loop. Un empleado que desee independizarse y trabajar en función de sus propias convicciones no es un Loop, pero sí lo será el hecho de tomar un camino incierto para verse obligado a regresar a su estado inicial, a razón, no de una meta sino de un capricho.
Las parejas que discuten siempre “por lo mismo” caen en un Loop. Aquel que no termina de entender el horario y siempre llega tarde a sus citas está atascado, no el tráfico, sino en su propio Loop. La mujer que aguanta callada violencia doméstica es presa de su propio Loop. El niño o joven reincidente no sale de su Loop hasta que aprende y cambia su actitud. El venezolano no termina de entender la realidad que vive (el que aun cree que “todo está bien”) porque está sumergido y aferrado a un Loop. Adiestrados y adoctrinados por un líder que los enseñó, entre otras cosas, a defenderse a punta de anacolutos. (¡!)
La risa sigue siendo una bandera en nuestra curiosa idiosincrasia, empero, paradójicamente nuestra propia comicidad se ha extinguido. Ya no hay una Radio Rochela, un Bienvenidos; un Cheverísimo (por nombrar algunos de los pioneros). Ya no coinciden las risas de una familia frente al televisor, si no es porque compraron una película cómica en el mercado-negro-de-películas-de-cajitas-azules. Antes teníamos tv por cable y optábamos pretenciosamente por no ver la televisora nacional. Ahora tenemos muchos más canales de cable, pero añoramos las telenovelas, los programas, los concursos y las entrevistas que se sucedían en esos canales, que hoy parecen también haber dejado de existir… Esa programación palurda, chabacana y poco creativa, parece mentira, pero servía de amalgama social ante las realidades de entonces…
La risa sigue existiendo, pero también ha transfigurado su ulterior esencia. La risa es el placebo que usa el venezolano para mitigar su desgracia. Así el venezolano se ríe al saberse desgraciado. ¡No puede evitarlo!. “Se ríe por no llorar”. Caemos en el fantástico Loop de la risa para no volvernos locos y, en consecuencia, matarnos unos a otros.
Esa actitud satírica del venezolano ilustra una suerte de Burlesque en el escenario de su propia realidad; de su condición; de su situación y su coyuntural desgracia, en contraste con las imposiciones de un vodevilista Estado, que ensambla y dirige todo a su antojo.
Desde la perspectiva de Henri Bergson (1899), esos episodios de risa no son más que: “Situaciones vodevilescas”. Y ante semejantes disparates, propios de una escena teatral, el púbico (nosotros) no podemos menos que reírnos, dado que la intención de cambio sea muchísimo menor que el recurso de la aceptación y la resignación.
Estas últimas no son más que la consecuencia de una indefensión aprendida. De esta manera, cae, nuevamente el venezolano, en el Loop de esa indefensión, en el Loop de la impotencia, porque cada vez es más apreciable que “no puede hacer nada al respecto”. De esta manera transita inerte, como un zombie, ¡un zombie devorador de bulos.!
Venezuela sufre una resaca que no parece acabar, a razón de un pasado fiestero y embriagador. La consecuencia de un bochinche desmedido que no previó las secuelas del despilfarro y la no atención de asuntos de interés nacional; asuntos que fueron dejados en manos de “otros”... Venezuela no recuerda lo que ha hecho, cual beodo que ha olvidado dónde dejó las llaves, a causa de sus propios excesos.
¡El tiempo ha pasado tan rápido! Hoy nos vemos las caras tratando de recordar una sonrisa espontánea, un “buenos días” sincero. Pero, cuáles son las respuestas más contemporáneas a un coloquial ¿Cómo estás? o ¿Cómo está la vaina?, me atrevo a enunciar algunas:
<Jodido pero en Caracas>; <Mejor no entremos en detalles>; <Mientras haya salud…>; <Ahí vamos…>; <Echándole bolas>; <Trabajando como un negro para vivir como blanco>; <La vaina está buena… ¡pero mal repartida!>; <La cosa está color de hormiga>; <Jodía´, la vaina está jodía´>; <Con ese dólar…>; <Bueno, ahí vamos>; <Dándole…>.
Incluso respondemos con otras preguntas, irónicas: <¿Para qué quejarse?>; <¿Qué cómo está la vaina?>; <¿Cómo va a estar…?>; <¿Tú como que no lees las noticias?>
Todos vivimos y convivimos entre Loops; de la tragedia a la comedia y de la comedia a la tragedia, en esta misma casa que es Venezuela, hogar de los venezolanos.
Fernando Egui Mejías.
Venezolano

No hay comentarios:

Publicar un comentario