Me gustan los barcos. Los esquifes, las fragatas, las carabelas, las goletas y hasta las chalufas; los barcos mercantes y naves de guerra; los balandros, los balleneros, las corbetas, y sobre todos, ¡los bergantines! Mi alma es de corsario, y en estas embarcaciones sueña y navega. Así me veo a mi mismo en esos barcos, en esas pinturas...
Me veo en el sutil pero impresionante reflejo de los barcos de Enrique Martines Cubells.
En el cubismo de los barcos de Lyonel Feininger, que inevitablemente me hacen sonreír.
En lo sombrío de los barcos de Ignacio Díaz Olano, aparentando un atardecer eterno.
En la ilusoria quietud que se vislumbra en los barcos de Richard Parkes Bonington.
En los barcos varados, de Eugéne Louis Boudin, anclado a mi propia porfía.
En los barcos muelle, de Johan Barthold Jongkind, que me traen la idea de un mundo tranquilo.
En las sensuales aventuras que pudiesen ocurrir en los barcos harén de Frederick Arthur Brindgman.
En lo que debería ser un amanecer en la descarga de Venecia, de John Singer,
tres barcos de una orilla son una infancia sin amarra y sin navío; mis hermanos y yo.
En algunos barcos de Henri Lebasque, que me hacen pensar en el fenómeno de la conversación amena y la charla edificante, que enaltece al propio ser arrancándole el título de hombre de barro.
En los barcos en el puerto de Collioure de Henri Jean Guillaume Martin. Me dan la impresión de que los veo desde un restaurante cercano a la orilla, saboreando algún manjar.
En los atardeceres proyectados en los barcos de Hendrik Willem Mesdag; me calman el ánimo agitado, me sosiegan.
En los barcos de Gustave Courbet; me hacen sentir que acabo de despertar, con cierto vigor, con ganas de navegar, con fuerzas para seguir.
En los barcos en el Sena Sun de Gustave Caillebotte, porque me recuerdan la historia del Gran Gatsby y las diferencias entre clases; porque siempre las habrá, porque siempre será igual, unos con más y otros con menos…
En los barcos rojos de Argenteuil, que parecen pasteles de Red Velvet horneados por el mismísimo Claude Monet; allí el cielo es más hermoso reflejado en el agua.
En los barcos en tierra al atardecer, de Albert Bierstadt, que cierran la faena del día. ¡Volvamos a casa! ya hemos trabajado suficiente.
En los barcos cansados de Alexander Ballingall, que me hacen pensar, en efecto, que están agotados en ese puerto escocés.
En los barcos de Nicolaas Riegen, que me recuerdan lo importante del trabajo en equipo; sus tonos pasteles me tranquilizan, sobretodo los tres de Rivermouth.
En los comerciantes de los barcos de Rowing, de Joseph Bles, los imagino como mercaderes que dominan todas las lenguas existentes en el mundo, y yo aprendiendo sus dialectos.
En los barcos de pesca en la orilla de Edwin Ellis, que me parecen más bien un par de zapatos olvidados; tal vez unos mocasines. Mis mocasines, mis pies, mis pasos y las cosas que dejo detrás.
En las aguas turbias debajo de los barcos en el puerto, de Charles John De Lacy, porque me generan cierto temor al pensar que pudiese caer. Me recuerdan el vértigo de Kundera, la sensación del miedo, la verdadera vela de muchas embarcaciones.
En los barcos en descanso de Arthur Henry Church; me gustan más como se ven, borrosos y difusos, en un agua que incluso provoca beber.
En los barcos de pesca de Abraham Hulk Senior, pues, gozan de buen viento. El reflejo del sol cerca de la costa es óleo hecho luz, y las sombras en las velas me hipnotizan por intervalos inciertos que se mezclan con las nubes y la espuma de mar.
En el Descarga barcos de El Ancla de Paul Jean Clays; es un acto de contrición, sus aguas son introspección pura. Su pesca nocturna es una aventura onírica. Las noches que me seducen una y otra vez para que no duerma y me entregue a la inventiva.
En los barcos de Clarkson Frederick Standfield, los cuales llegan a ser misteriosos, extraños; recordándome que a veces soy ajeno a mí mismo, a mis propias convicciones.
Tal vez el bergantín en el shore de Thomas Luny se acerque a mi embarcación soñada, la neblina no me deja decidir… A veces visito la idea de que mi alma, cuando deje de pulsar, lista para reencarnar, se convierta en eso, un enorme bergantín...
Hay un barco de Robert Dodd que me hace imaginar que su tripulación es una horda de bárbaros, posiblemente esté yo allí también. En episodios de ira, en mis impulsividades más palpables.
En los barcos en el Rockport de George Loftus Noyes, que evocan la amistad desinteresada, el compromiso incondicional, la empatía en su estado más excepcional y menos corrupto.
En el rio paisaje con barcos, de Jacob Salomonsz Ruysdael, que casi improvisa una ensenada. Esta pintura me hace pensar, paradójicamente, en coincidir, tanto como en una embestida; como un hermoso absurdo, como un sin sentido místico, irrefutable; como la ambigüedad hecha imagen. Lo contradictorio, lo adverso.
En los barcos de Lionel Walden, que me hacen pensar en Italia, en viajar, soñar en otro idioma, beber en otro cristal.
En el río escena con barcos, de Sir Augustus Wall Callcot; la realización personal y la auto sustentación se convierten en algo fácil de ver. Un profesional hace lucir lo que realiza con pericia como algo aparentemente fácil de emular.
En el embarcadero con los barcos de Peter De Wint. Son pura melancolía y frustración. Eventualmente la luz genera sombra.
En los aguerridos barcos de John Wilson Carmichael, que luchan en aguas hostiles, en el Choppy Mar, en la pesca Off Scarborough, en el pesca barcos fuera de Escocia, y también en el Holandés, devolviéndome la quietud como en un ciclo con este último mencionado.
En el cubismo de los barcos de Lyonel Feininger, que inevitablemente me hacen sonreír.
En lo sombrío de los barcos de Ignacio Díaz Olano, aparentando un atardecer eterno.
En la ilusoria quietud que se vislumbra en los barcos de Richard Parkes Bonington.
En los barcos varados, de Eugéne Louis Boudin, anclado a mi propia porfía.
En los barcos muelle, de Johan Barthold Jongkind, que me traen la idea de un mundo tranquilo.
En las sensuales aventuras que pudiesen ocurrir en los barcos harén de Frederick Arthur Brindgman.
En lo que debería ser un amanecer en la descarga de Venecia, de John Singer,
tres barcos de una orilla son una infancia sin amarra y sin navío; mis hermanos y yo.
En algunos barcos de Henri Lebasque, que me hacen pensar en el fenómeno de la conversación amena y la charla edificante, que enaltece al propio ser arrancándole el título de hombre de barro.
En los barcos en el puerto de Collioure de Henri Jean Guillaume Martin. Me dan la impresión de que los veo desde un restaurante cercano a la orilla, saboreando algún manjar.
En los atardeceres proyectados en los barcos de Hendrik Willem Mesdag; me calman el ánimo agitado, me sosiegan.
En los barcos de Gustave Courbet; me hacen sentir que acabo de despertar, con cierto vigor, con ganas de navegar, con fuerzas para seguir.
En los barcos en el Sena Sun de Gustave Caillebotte, porque me recuerdan la historia del Gran Gatsby y las diferencias entre clases; porque siempre las habrá, porque siempre será igual, unos con más y otros con menos…
En los barcos rojos de Argenteuil, que parecen pasteles de Red Velvet horneados por el mismísimo Claude Monet; allí el cielo es más hermoso reflejado en el agua.
En los barcos en tierra al atardecer, de Albert Bierstadt, que cierran la faena del día. ¡Volvamos a casa! ya hemos trabajado suficiente.
En los barcos cansados de Alexander Ballingall, que me hacen pensar, en efecto, que están agotados en ese puerto escocés.
En los barcos de Nicolaas Riegen, que me recuerdan lo importante del trabajo en equipo; sus tonos pasteles me tranquilizan, sobretodo los tres de Rivermouth.
En los comerciantes de los barcos de Rowing, de Joseph Bles, los imagino como mercaderes que dominan todas las lenguas existentes en el mundo, y yo aprendiendo sus dialectos.
En los barcos de pesca en la orilla de Edwin Ellis, que me parecen más bien un par de zapatos olvidados; tal vez unos mocasines. Mis mocasines, mis pies, mis pasos y las cosas que dejo detrás.
En las aguas turbias debajo de los barcos en el puerto, de Charles John De Lacy, porque me generan cierto temor al pensar que pudiese caer. Me recuerdan el vértigo de Kundera, la sensación del miedo, la verdadera vela de muchas embarcaciones.
En los barcos en descanso de Arthur Henry Church; me gustan más como se ven, borrosos y difusos, en un agua que incluso provoca beber.
En los barcos de pesca de Abraham Hulk Senior, pues, gozan de buen viento. El reflejo del sol cerca de la costa es óleo hecho luz, y las sombras en las velas me hipnotizan por intervalos inciertos que se mezclan con las nubes y la espuma de mar.
En el Descarga barcos de El Ancla de Paul Jean Clays; es un acto de contrición, sus aguas son introspección pura. Su pesca nocturna es una aventura onírica. Las noches que me seducen una y otra vez para que no duerma y me entregue a la inventiva.
En los barcos de Clarkson Frederick Standfield, los cuales llegan a ser misteriosos, extraños; recordándome que a veces soy ajeno a mí mismo, a mis propias convicciones.
Tal vez el bergantín en el shore de Thomas Luny se acerque a mi embarcación soñada, la neblina no me deja decidir… A veces visito la idea de que mi alma, cuando deje de pulsar, lista para reencarnar, se convierta en eso, un enorme bergantín...
Hay un barco de Robert Dodd que me hace imaginar que su tripulación es una horda de bárbaros, posiblemente esté yo allí también. En episodios de ira, en mis impulsividades más palpables.
En los barcos en el Rockport de George Loftus Noyes, que evocan la amistad desinteresada, el compromiso incondicional, la empatía en su estado más excepcional y menos corrupto.
En el rio paisaje con barcos, de Jacob Salomonsz Ruysdael, que casi improvisa una ensenada. Esta pintura me hace pensar, paradójicamente, en coincidir, tanto como en una embestida; como un hermoso absurdo, como un sin sentido místico, irrefutable; como la ambigüedad hecha imagen. Lo contradictorio, lo adverso.
En los barcos de Lionel Walden, que me hacen pensar en Italia, en viajar, soñar en otro idioma, beber en otro cristal.
En el río escena con barcos, de Sir Augustus Wall Callcot; la realización personal y la auto sustentación se convierten en algo fácil de ver. Un profesional hace lucir lo que realiza con pericia como algo aparentemente fácil de emular.
En el embarcadero con los barcos de Peter De Wint. Son pura melancolía y frustración. Eventualmente la luz genera sombra.
En los aguerridos barcos de John Wilson Carmichael, que luchan en aguas hostiles, en el Choppy Mar, en la pesca Off Scarborough, en el pesca barcos fuera de Escocia, y también en el Holandés, devolviéndome la quietud como en un ciclo con este último mencionado.
Así me veo reflejado en todos esos barcos y en todas esas pinturas, sin embargo, aun no hallo el bergantín definitivo, porque, en efecto, es un bergantín, imponente, a prueba de cualquier tormenta. Desde mi posición puedo oler su madera mojada, y sentir sus velas tensadas, que lo mueven en alta mar, que lo empujan ola tras ola y viento tras viento. De noche escucho la vela mayor, la de trinquete, la gavia, el velacho y los juanetes; también el crujir de su casco y las jarcias. Mañana el sol le dará de nuevo, y yo no estaré tan lejos.
Fernando Egui Mejías
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