Trato de no caer en la -economía- de publicar quotes, pero esta frase me pareció tan hermosa como lapidaria. Ruda, muy ruda. No sé a quien se le atribuye; la encontré suelta en internet. Me gustó, a pesar de su carga perturbadora.
Parece sacada del Tractat del Lobo en El Lobo Estepario de Hermann Hesse... Parece salida de la boca de Lord Henry Wotton del Retrato de Dorian Grey de Oscar Wilde; o del mismísimo Gran Inquisidor en Los Hermanos Karamazov de Dostoievski.
Tal vez se parezca a la voz de Jean Baptiste en La Caída de Albert Camus. Incluso Robinson Crusoe pudo haber pensado en esta frase sin aparente dueño ni remitente.
La frase burla la dependencia emocional, y esboza un instante aparentemente ficticio, ilusorio; casi nirvánico. Pareciera mofarse de todo aquello que representen las subjetivas abstracciones del crush, del enamoramiento, del interés, del despecho, de la resiliencia, del luto, de la morriña, del apego y la costumbre, e incluso del miedo mismo. Quizá sustituya la admiración por la contemplación. Quizá sea un antídoto contra el tósigo del recuerdo.
Me retrotrajo el cuento de Giovani Papini El Prisionero de sí mismo, y un fragmento del libro Gog (del mismo autor) en el que se habla de la Egolatría como religión.
Esta frase es un fabuloso absurdo! Una oda a la misantropía en su matiz más excelso. Un magnífico imposible. Una bella mentira.
Podría escribir mucho más de lo que se me figura a razón de esta frase... pero prefiero seguir lidiando con ella en silencio.
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