domingo, 22 de julio de 2018

Una sucesión de ladrillos en la pared de un problema


En la gran pared de nuestros problemas y defectos un ladrillo bien pudiese haber sido el pensum. Sí, ¡el pensum! Una estructura arcaica y perpetua, casi inmodificable. Un absurdo tal vez; una maraña de sesgos y posturas. Los hijos del país (nuestros yo del pasado) distraídos entre esos sesgos y esas posturas. No hay problema, estuvimos bien cuidados, pero aprendimos más malas mañas que buenos oficios. Uno mismo (nosotros como pieza del todo) a razón de la cultura y la actitud. Lo que hacemos, cómo reaccionamos; nuestra manera de hablar, de expresarnos, de ser. La forma en la que enseñamos con nuestros actos. Nuestra falta de rigidez y exceso de flexibilidad. Otro ladrillo, por supuesto, el sistema de valores y creencias. Lo que nos figuramos y asumimos. Lo que creemos y por qué lo creemos. ¡Sigamos! Otro más, ya sé, la inexistencia de la empatía. La empatía es una ciencia desconocida. ¡Eso! La empatía es un mito, una palabra difusa.
También se suma el ladrillo de la actitud congénita. Sí señor. Los atavismos como comportamientos infundados por nuestros propios padres, familiares y mentores. Cual si fuera un condicionamiento programado, los atavismos son algo que te meten en la cabeza, quieras o no, y luego se vuelven parte de ti, como un reflejo inconsciente, que crees que es parte de tu personalidad. Otro ladrillo es la tradición tergiversada (o como decía William Shakespeare: la peste de la costumbre). La repetición del comportamiento emulado. ¡Somos émulos! Te lo dije. ¡Chócala! Otro ladrillo, ¡epa! la falta de disciplina y la echadera de broma, claro vale, la mamadera de gallo todo el año...
Le dejo que siga sumando y restando en etcéteras. Así podríamos identificar muchos ladrillos en la pared que nosotros mismos hemos construido a punta de venezolanadas.
Ahora bien, me causa mucha curiosidad el alegórico ladrillo del pensum, aquella sagrada estructura. ¡Oh pensum! Y, peor aun, lo vivimos alegres, tan alegres como el Gaudeaumus Igitur...
“Vivat academia
Vivant professores
(...)
Vivant et respublica
Et qui illam regit”
¡Pamplinas! ¡Vivant mis polainas!
En otras publicaciones he vociferado, casi con altanería e indiscreción, que el Sistema Educativo es el nuevo opio de los pueblos. Aun hoy, sigo convencido.
Me pregunto, entonces, desde mi perspectiva de bibliófilo ¿qué país tendríamos si, en épocas escolares (épocas en las que se empieza a formar el carácter), en vez de “mandarnos a leer” La Trepadora, nos hubiesen puesto a leer 1984 y La rebelión en la granja, de George Orwell. Si en vez de Doña Bárbara, nos hubiesen asignado la lectura y análisis de Farenheit 451, de Ray Bradbury. Si en vez de Pobre Negro, nos hubiesen persuadido a leer Crimen y Castigo, de Dostoievski. Y, si en vez de Canaima, nos hubiesen explicado bien el Lazarillo de Tormes, los infravalorados viajes de Gulliver o las anónimas Mil y Una noches? ¿Qué país tendríamos? ¿Qué tipo de ciudadanos seríamos?
¿Por qué ese afán de inyectar la obra de Rómulo Gallegos en el torrente sanguíneo del venezolano, como unidireccional de la cultura temprana? La impronta obligada del campesinado y sus matices de supuesto arraigo rural. Pero, tan rural en su entorno como en sus cavilaciones más subjetivas, es decir, en su alrededor y, también, dentro de su cerebro; la identificación de lo propio como precario y limitado. Caleidoscopio no apto para los ojos de un púber, por el simple hecho de no estar en la posición de entenderlo como una raíz cultural, como un precedente, sino como una cotidianidad no pretérita, amalgamada a nuestra estirpe. No estoy poniendo en tela de juicio la calidad de aquellos textos, sin embargo, considero que esas no eran lecturas para tan temprana edad. Nos metieron en la cabeza al venezolano de alpargatas y sombrero de cogollo. No apto para la formación de un pensamiento progresista, sino chauvinista, y, peor aun, dependiente, excesivamente humilde y pedigüeño. Ojalá la pregunta no fuese -qué me ofrecen- sino -qué ofrezco yo-. Ojalá no existiese ese “no me des, ponme donde hay...” puesto que el poner y dar sea una convicción personal y no una necesidad.
Más valdría haber dedicado tiempos de estudio en cursos intensivos sobre guerras, todas ellas. Qué tal le sonarían a sus oídos de muchacho las historias bélicas de todos y cada uno de los países que entraron en contienda con otros países, y no sólo una mal entendida Venezuela Heroica. Mejor aun, ahondar en el inmenso mar de las teorías filosóficas de Sócrates, Platón, Aristóteles, Hegel, Spinoza, Heidegger, Shopenhauer, Sartre, Hobbes, Locke, Hume, Kant, Nietszche, Kierkegaard, Rousseau, Ortega y Gasset, o Foucault (entre otros tantos). Por qué no estructurar el funcionamiento del cuerpo humano desde no sólo una perspectiva biológica sino también emocional. Alimentación, ejercitación, manejo de frustraciones, desarrollo de la confianza personal y el valor trascendental de aprender a ser una persona auténtica... Pero para qué hacer pensar al alumno más allá de una asignación... Súmele a ese pensum de barro y calles de tierra, tal vez un poco de historia de los emprendimientos industriales, más allá de esa hojeada que nos echamos de la Revolución francesa y los hallazgos de Gutenberg; Tal vez un poco más de lo espiritual y un poco menos de lo dogmático, sugiriendo una vida más espiritual y menos religiosa. Pero la imposición es lo que impera y no hay tiempo para deliberar, puesto que la prioridad haya sido (y sea) la "formación" de ciudadanos que no se abstraigan y que se limiten a ser productivos; que funcionen y formen parte de un "Sistema". Mi evidente imprecisión no es más que lo que mi memoria estudiantil me permite recordar.
Habría que “sentarse” a modificar todo ese fulano pensum, para no echarle la culpa nada más a Rómulo Gallegos y al Álgebra de Baldor... Haga usted el ejercicio de imaginarse una materia entre tantas posibles. El quid de la cuestión no es el profesor o la maestra, mucho menos la institución, sino lo que nos enseñaron... lo que nos dijeron... el contenido obligado a evaluar: la asignación a estudiar a razón de una orden ministerial.
Cómo se comportaría una sociedad capaz de imaginar su propia desgracia, desarrollando la habilidad de pensar en colectivo, bajo la figura de la visualización y la proyección. El espejismo de un verdadero trabajo en equipo. Autoevaluándonos contantemente. Sin dejar a un lado el sentido del orgullo y el nacionalismo. ¿Cómo se logra eso? ¿Cómo se logra persuadir a tanta gente a través de qué recursos? Pero no ahora, antes, caramba, antes!
En tiempos pasados no sólo se desperdiciaron recursos económicos, también se desperdició el expediente no renovable del Tiempo. Interminables horas académicas sumergidas en desdén. Y no me vengan con alusiones a la evolución del Trivium y el Quadrivium, por favor, mucho menos retrotraer el pensamiento aristotélico de la Academia.
Se me figura una nación como reo de su propio pensum. El Sistema Educativo como presagio y continuidad de una penitenciaría perpetua, o de un boleto a una genuina libertad individual: la suerte del autodidacta.
Aclaro: el problema NO ES la Unidad Educativa, el problema ES el Sistema Educativo, como estructura de una inminente indefensión aprendida. Como una tradición inerte. Como una aguja que cose el hilo de donde se sostendrá la marioneta.
En tiempos escolares las ciencias no podían predecir el futuro de un país, ni mucho menos un estallido social. Pero, en la Literatura... ah, en la Literatura siempre han habido oráculos y pitonisas del comportamiento social y político, circundantes o no a los hechos históricos. Reitero entonces, esta vez, no como una soberbia certeza sino como un sensato cuestionamiento:
¿El problema fue, es y será el pensum?
En las aulas, por la asignación de materias. Y en los hogares, por la asignación de sistemas de valores y creencias. Una simple sucesión de conversaciones puede dar forma al carácter, puede incluso modificar el criterio. Hoy el Emilio de Rousseau está más muerto que nunca... Y se siguen sumando ladrillos a esa inmensa pared que nos aísla y nos separa del todo.
Esa pared no es más que nuestra propia idiosincrasia. Nuestro gentilicio hecho muro. Nuestra actitud de concreto, que nos impide ver el otro lado de las cosas.


En todo caso, no busco tener la razón en estas impulsivas conjeturas, más bien, plantear el debate ante los verdaderamente expertos y entendidos.

Fernando Egui Mejías 
Enero, 2018

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