jueves, 8 de agosto de 2013

Si te preguntas cómo me siento (Auto-coaching)


Si te preguntas cómo me siento, tal vez no estés cerca de entenderlo, pues cada vida es un puñado de subjetividades, y cada quién desde su sistema perceptivo asume o no sentimientos tras sentimientos. Pensamientos y posturas que cada uno mete en su anacrónica gaveta existencial.

Hablo desde mi coyuntural situación de duelo.

Cada vida es un baúl de sorpresas y un sin fin de oportunidades, tomadas o dejadas a un lado…

Los seres humanos tienen la mala costumbre de agrupar las emociones en una sola esquina, y yo, por el contrario, llevo mucho tiempo entrenando a mi cerebro para que no lo haga.

Creo firmemente que las emociones actúan como insistentes saboteadoras, distrayéndonos de nuestros verdaderos objetivos. Y cuando tratamos de atacarlas renacen y se multiplican, como las cabezas de la Hidra de Lerna*, siendo nosotros un Hércules, errante y sin ayuda de un Yolao que nos enseñe una alternativa, una manera para "cortar y cauterizar" para poder "regresar a Tebas".

Así pues, como el Quijote peleó contra molinos de viento, así tal vez nosotros peleemos innecesariamente contra múltiples Hidras; no teniendo en cuenta que el verdadero enemigo pudiera encontrarse en un elemento Euristeo, aun más peligroso y lejano a todo aquello. 

Aquí no caben caprichos, aquí estamos hablando de metas en contraste con los obstáculos, y nuestra inevitable condición emocional nos prela el avance continuo, el mejoramiento, el crecimiento e incluso la meta final más ambiciosa: la felicidad sostenida e inquebrantable. Sin embargo, no se puede anhelar tanto, pues la felicidad plena: no existe. La felicidad es un sentimiento tan inevitablemente discontinuo como intermitente, entonces será mejor para todos pensar que sí se puede. Sí se puede ser feliz, a pesar de los pesares. Piénsalo. Asúmelo con convicción. 


Si te preguntas cómo me siento, pues siento que estoy tan ocupado que no me he dado la oportunidad de sufrir. No estoy alimentando una úlcera emocional con explosión post-fechada, no; estoy entrenando mis emociones y no precisamente con ejercicios fáciles. La muerte de una madre no es un ejercicio fácil. Ahora bien, el punto es este:

¡Hay tanto que hacer!

No miento al decir que  mis pensamientos se posan, de vez en cuando, en un recuerdo de ella, y por un momento me distraigo de la faena diaria, pero la convicción de avanzar se sobrepone ante la pérdida de alguien tan cercano, porque pasar más tiempo en ello sería como dejarme llevar por la corriente del mar y perderme poco a poco, arrastrado por algo más fuerte que yo… Por eso no lo hago. En esos momentos me siento como perdido en una noche eterna de alta mar, a la deriva, lleno de pesimismo, desconsuelo, añoranza, desconcierto y desolación. No me gusta estar así. No me gusta cuando algunas personas, inconscientemente, me empujan hacia esas aguas con sus comentarios excesivos de condolencia. Léase bien: excesivos. Esos momentos en los que piensas: coño hablemos de otro tema por favor.

Si te preguntas qué pienso, pues pienso que el ser humano así como maravilloso y lleno de bondades, también esta repleto de debilidad, de inseguridad, de miedo, de inexperiencia. Siendo esta última su verdadero pecado, cincelado en la Ignorancia (pero a niveles desbordantes). No saber nos conduce por caminos oscuros, por senderos inhóspitos, por veredas incómodas y desalentadoras, cuando querer aprender esta lejos de nuestra convencimiento…


Que el impulsivo no malinterprete mis conjeturas, pues bien asumo el error como el mejor de los maestros, y el deseo sincero de saber, como el inicio de la verdadera sabiduría. Pero, es una realidad el hecho de que estamos condenados a no saber.

Ahora bien, no todo esta perdido; una alentadora alternativa sucumbe ante tal calamidad. Existe una luz al final del túnel. Así como la debilidad del ser humano se vislumbra tan fácilmente a cualquiera que se detenga a detallarla, siendo sus fisuras palpables en cualquier escenario de vida, así también, dentro de esa negativa condición, somos dueños del poder más fuerte entre todos:

¡Las Ganas!

No decaigo ante el dolor pues mis Ganas de seguir adelante son más fuertes que cualquier pérdida.

No me dejo llevar por la tristeza porque mis Ganas de ser feliz son más fuertes.

No dejo de reírme pues mis Ganas son enteramente positivas y mis sueños son constantes, mis sueños están blindados, mis sueños no dan tregua y la alegría está siempre presente en ellos.

No me derrumbo porque mis Ganas no me lo permiten, recordándome que el camino es hacia delante.

Tengo tantas ganas de tantas cosas, que el dolor me pasa por al lado, lo miro y sigo!


Estamos llamados a ser algo más...

1 comentario:

  1. *A Hércules le faltaban aún muchas hazañas por realizar, hasta liberarse del yugo del cruel Euristeo. A pesar de haber demostrado su valentía derrotando al león de Nemea, el rey le deparaba un enemigo aún peor.

    En las húmedas tierras que circundaban el lago de Lerna, oculta bajo la sombra de los plátanos y custodiando una de las entradas del mundo subterráneo, se encontraba la Hidra, que había sido cuidada por la propia Hera, madre de los dioses y enemiga implacable de Hércules. Esta hidra se asemejaba a una enorme serpiente y estaba dotada de un aliento venenoso que expulsaban sus incontables cabezas. Nadie había sobrevivido a su encuentro, pero Euristeo exigió a nuestro héroe que se encaminara hacia Lerna para acabar con el monstruo.


    Hacia allí se dirigió Hércules, acompañado por su sobrino Yolao, fiel escudero que le acompañaba en sus aventuras. Ambos guardaban silencio en el carro que conducía éste, conscientes del peligro que iban a afrontar.

    Cuando llegaron al lago, no les costó adivinar dónde se encontraba la guarida de la Hidra, pues un reguero de huesos marcaba un fatídico camino hasta la entrada de la cueva donde se encontraba el monstruo. Ambos prendieron antorchas que arrojaron en el interior de aquella negra oquedad, para forzar a la Hidra a salir al exterior y enfrentarse a ella bajo la luz del sol.

    Quizás hubieran preferido luchar en la oscuridad, pues el aspecto del ser que emergió de las profundidades de la roca, siseando como si albergara la rabia de mil cobras enfurecidas, encogió sus corazones. El aspecto de la Hidra era imponente. Se irguió por encima de la altura de los caballos, que huyeron horrorizados y sus incontables fauces empezaron a exhalar su aliento mortífero. Por suerte, tanto Yolao como Hércules habían tomado la precaución de cubrir sus rostros con telas, para impedir que aquellos gases infectos pudieran dañarles y, con un grito descomunal, Hércules se abalanzó sobre la Hidra, blandiendo una espada de oro. Cegado por la furia del combate y la repugnancia que le causaba el animal, no se dio cuenta de que sus embates no hacían sino redoblar la fortaleza de su enemigo.

    – Detente, Hércules, por cada cabeza que corta el filo de tu espada, surgen dos nuevas serpientes. ¡Huyamos antes de que sea demasiado tarde! – suplicó Yolao.

    – ¡El fuego, tu antorcha!

    Yolao entendió al instante las instrucciones de su tío. Haciendo acopio de valor, se acercó hasta los dos combatientes y aplicó el fuego de una antorcha sobre los cuellos cercenados por la espada de Hércules, cerrando así las negras heridas e impidiendo que nuevas cabezas pudieran brotar.

    La Hidra se retorcía de dolor y ya apenas le quedaba la serpiente principal, aquella que era inmortal y no podía ser dañada. Con un rápido movimiento, blandiendo la espada con sus fuertes brazos, Hércules cortó el cuello que sustentaba la cabeza de la Hidra, que cayó al suelo entre estertores, derramando una sangre espesa, negra, nauseabunda. El héroe había vencido de nuevo, esta vez con la ayuda inestimable de Yolao que, desfallecido, contempló cómo su tío enterraba la cabeza del monstruo y untaba con aquella mortífera sangre la punta de sus flechas, que a partir de ese momento tendrían un efecto letal al menor roce.

    Exhaustos y tratando de olvidar el horror que dejaban atrás, regresaron a Tebas, en busca de más instrucciones de quien era en realidad su más difícil enemigo, Euristeo.

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