domingo, 22 de julio de 2018

Bitácora cronológica de algunos libros leídos y releídos en 2017



Este año viajé a algunos lugares ya visitados en relectura, y a otros tantos que no había pisado. Comencé el año en Alemania, yendo a la empinada y fatigosa Montaña Mágica de Thomas Mann, para conocer un sanatorio con Hans Castorp y su fijación con la muerte. Mi salud menguó con ellos casi en hipocondría. Enfermo ya de estar enfermo escapé del sanatorio y resolví en irme a España, para encontrarme con Luis Mateo Díaz Rodríguez quien me mostró una Carta que decía: “Todas las mañanas llego a la oficina, me siento, enciendo la lámpara, abro el portafolios y, antes de comenzar la tarea diaria, escribo una línea en la larga carta donde, desde hace catorce años, explico minuciosamente las razones de mi suicidio.” Visité, en ocasiones, la casa de Miguel de Cervantes, y hurgué entre sus libros de caballería, recordando a un Sancho que se quijotizaba y a un Quijote que se Sanchificaba. Estoy trazando un mapa para hacerlos llegar a todos... Pasé por Francia para ver los cuadros de Raoul Dufy, me tranquilizaron sus formas simples y luminosas, sencillas a la vista. Fui al Reino Unido a perseguir a la Alicia de Lewis Carroll, y aluciné con ella en introspección. Afortunadamente pude escapar sin que me cortaran la cabeza. En algún momento de mi fuga me topé con el Profesor Lugano y sus sarcásticos circunloquios, los cuales me recordaron al Lord Henry Wotton del Retrato de Dorian Grey creado por el irlandés Oscar Wilde. Me cuestioné sobre mi propio lienzo. Me fui a Canadá a conversar con Laurence J. Peter sobre su principio, y entendí una vez más algunos procesos sobre “los niveles de incompetencia” de muchos condenados a la subordinación laboral, consecuencia de una mal formada actitud pasiva. Regresé a Europa para conocer la religión Anabaptista de una comunidad supuestamente pacifista (disculpen la cacofonía) llamada Los Menonitas, sus costumbres me hicieron pensar en la película The Village de N. Shyamalan. Puro condicionamiento. En una Alemania anacrónica ya había conocido el Enigma de Gaspar Hausen, paseándome también por la conceptualización de la Persona, del sueco Ingmar Bergman; esto se me figuró en correlación. Regresé a Venezuela para disfrutar las hilarantes aventuras de un tal Juan Planchard, viva imagen de una coyuntura a razón de la tristemente célebre viveza criolla de “ciertos” venezolanos. Durante mi estadía me tuve que bañar con tobito recordando viejas experiencias, antagónicas a las de Planchard. Decidí viajar al sur, a Argentina, y, de la mano nada más y nada menos que de mi queridísimo Borges, visité Tlön, Uqbar, y Orbis Tertius; Pierre Menard me hizo dudar si el Quijote lo había escrito él o el Bachiller Carrasco; conocí a un hombre gris en Las ruinas circulares, no sé si lo soñé; me perdí en un inmenso laberinto de un jardín donde los senderos se bifurcaban; conocí al detective Erik Lonnrot, y presencié un duelo gaucho en ese Sur borgeano. Aproveché mi estadía en Argentina para conocer a Esteban Echeverría, quien me narró la distópica realidad del hambre en contraste con las figuras del opresor y el oprimido; me lo dijo a través de su Matadero infravalorado, tan común a la realidad de mi país natal. Antes de irme de Argentina pasé por aquella casa borgeana en donde diecinueve escalones me llevaron a encontrarme con el infinito y la idea de mi propia Beatriz Viterbo, a quien luego recordaría en Un viaje a Citerea acompañado de Charles Baudelaire…
A mitad de año, en la capital de mi país, me declaré en Desobediencia Civil. Marché, me atrincheré, protesté y huí de los gases lacrimógenos con el desobediente de Henry Thoreau. Cómo no pensar en el 1984 de George Orwell, y por supuesto en su famosa granja rebelada. En mi mente retumbaban aquellas líneas: "¡Amigo de los desheredados!
¡Fuente de bienestar!
Señor de la pitanza que en mi alma enciendes
cuando afortunado contemplo
tu firme y segura mirada
cual sol que deslumbra al cielo.
¡Oh, Camarada Napoleón!
Donador señero
de todo lo que tus criaturas aman
- sus barrigas llenas y limpia paja para yacer - .
Todas las bestias grandes o pequeñas
dormir en paz en sus establos anhelan
bajo tu mirada protectora.
¡Oh, Camarada Napoleón!
El hijo que a suerte me enviare
antes de crecer y hacer grande
y desde chiquito y tierno cachorrillo
aprenderá primero a serte fiel, devoto,
y seguro estoy de que éste será su primer chillido:
¡Oh, Camarada Napoléon!".
La furia de la rebelión cesó, y las bajas quedaron impunes. Triste república bananera. Me fui a Francia, y con Albert Camus presencié el horror pestífero de una fatal epidemia, la misma que en mi país ha brotado como consecuencia de un funesto legado. Recuerdo haber nadado en el mar para calmar mi angustia; recuerdo también la importancia de la solidaridad en tiempos difíciles, sorbiendo amargamente la idea de una nación infestada, enferma y convaleciente. Entre tanto, escuché la noticia de un vampiro austrohúngaro y pasé por Viena a perseguirlo, logramos increparlo en una suerte de sótano, su leitmotiv aun suena en mi cabeza: Le Halle du Roi de la Montagne, de Edvar Grieg. Aun la silbo pensando en los límites de la maldad humana. Viajé también a Transilvania para ver morir de dos puñaladas y un cercenamiento de cabeza al mismísimo Nosferatu. Recordé que el Frankestein de Mary Shelley, definitivamente, supera con creces a ese Drácula de Bram Stoker. No soporté más estar allí y me fui a Israel para encontrarme con Yuval Noah Harari quien me habló de la agenda del siglo XXI y su concepción de un eslabón más en la cadena evolutiva: el Homo Deus. El hombre detrás de la ambición por el control de todo. Volé a Francia para escuchar un discurso sobre la servidumbre voluntaria, dictado por Etienne de la Botié. Pensé en la naturaleza mansa del hombre y me acordé de La Sumisa, de Dostoievski, y de aquella institutriz Yulia Vasilievna de Anton Chejov en Poquita Cosa. La humanidad explotada sólo sabe decir Merci. Regresé a Francia y caí preso por culpa de Meursaul. Allí dormí en el piso por muchos días, cuestionándome sobre los valores del hombre moderno. En Francia también conocí, gracias a Camus, a Jean Baptiste, figurándonos, ambos, las abstracciones del ego, la existencia, la culpa y la tergiversación de los valores. Recuerdo haber leído varias veces el Eclesiastés en la cárcel de ese momento, pensar, como dice Cohelet: "Todo es pura ilusión... como abrazar el viento". Al salir de mi presidio viajé a Rusia, donde conocí un espejo más de la humanidad en la figura de Akakiy Akakievich en el Capote de Nikolai Gogol. Gogol me recordó la falta de identidad a razón de un "abrigo nuevo". Pobre Akakievich. No soporté su inseguridad y me fui a meditar a Asia, allí encontré el Tao. Lao Tse me enseñó a estar vacío para poder llenarme de muchas cosas. Lao Tse revivió mi humildad. Me reconfortó sobremanera. Ahora el Tao está en mí, y yo en el Tao. Sereno, viajé a Estados Unidos, y Whitman me calmó aun más con sus maravillosos poemas. Aproveché de pasar por Baltimore para ver cómo se incendiaba la Casa Usher una vez más entre tantas que he pasado por allí para visitar a mi maestro Edgar Allan Poe: el desmoronamiento del ser; retrotrajo mi visita por Francia con la Caída de Camus. Volví a Rusia, pues procuro frecuentar a mi amigo Fiodor; sepan que le estimo en grado superlativo. Allí conocí a Raskolnikov, y, probablemente, jamás pueda sacar de mi cabeza su recuerdo. En él vi la enfermedad del Tánatos anunciada por Freud. En él vi una sucesión de delirios a razón de un crimen y su posterior castigo. La desesperación halla un sinónimo de mayor intensidad en este Raskolnikov y su hacha. Me sugirieron visitar una cárcel de Irlanda para escuchar los lamentos de Oscar Wilde en De Profundis. Su congoja me sensibilizó, su argumento me reiteró que muchas veces damos más para recibir tan poco. Me habló de Jesucristo, y pensé mucho en la Empatía y en la función amatoria de dar sin esperar nada a cambio. Pensé también en los arquetipos amatorios y los plagios rimbombantes de Alejandro Jodorowsky, disque genio... Luego, me fui a Grecia a tratar de filosofar un poco, y me encontré con Diógenes de Sinope desnudo; le pregunté: ¿hay algo que pueda yo hacer? Y me contestó: “Muévete un poco hacia un lado porque me estás tapando el sol…”. Lo mandé al diablo y me fui a un Banquete con Platón, allí se discutió sobre el significado del Amor, y la visión desenfadada de Diotima de Mantinea en donde se plantea un amor huérfano pero a la vez nacido de la necesidad y la circunstancia. En esa cena no hablé ni una palabra. Tuve que irme a celebrar el cumpleaños número 123 de Aldous Huxley en Godalming. Nada suntuoso, tomamos Soma toda la noche y hablamos del futuro. Fui feliz, y me fui a Francia para viajar en barco con el Cándido de Voltaire. Este Cándido no hablaba sino de una tal Cunegunda mientras yo le preguntaba por qué habíamos abandonado ElDorado. Allí quería quedarme, pero sin ese Pangloss y sus absurdos. ElDorado me recordó los viajes de Gulliver tatuados en mi alma, y la posibilidad de visitar la Utopía de Tomás Moro. Muchas aventuras me sobrevinieron con este Cándido, tan optimista como errante. Recordé también los siete viajes del suertudo de Simbad el marino y amé una noche más a Sherezade. Regresamos a Francia y se me ocurrió ir a Irlanda a visitar a Oscar Wilde, quien ya había cumplido su injusta condena. Me llevó a una casa embrujada y lejos de asustarme con el fantasma que habitaba aquel recinto, lo que hice fue reírme gracias a la familia Otis. Vaya manera de mofarse de un espectro. Abandoné aquella casa embrujada para irme a Edimburgo a ver si le pedía algunos deseos al diablo en la botella de Stevenson. No alcancé a comprar aquel artefacto. Recordé la Pata de Mono de W.W Jacobs y la Piel de Zapa de Honoré de Balzac. Recordé también al asiático Aladino, (sí, Aladino era chino, y vivió en China, no en Arabia) con su famosa lámpara y su no tan famoso anillo. Recordé también que Aladino era un pervertido y que su padre había muerto por su causa. Dejé mis ensoñasiones y me fui a Rusia, a recibir un Curso sobre literatura inglesa dictado por Vladimir Navocob. Paseamos por varias obras de rigor (...) y finalizamos con ciertas conjeturas acerca del sobrevalorado Sentido Común y nuestra propia torre de marfil. Con semblante académico viajé a España y me reuní con Ortega y Gasset para conversar sobre la Rebelión de las Masas. Abandoné por un momento la idea del Ser para reflexionar nuevamente sobre la coyuntura colectiva de mi país. Recordé el hombre rebaño de Nietzsche y la Civilización del Espectáculo de Mario Vargas Llosa. Quise ir a Perú, pero preferí pasar unos días en Argentina para dializarme con algunos poemas de Jorge Luis Borges. Los disfruté todos, y los llené de líneas y trazados con mi atrevido y desvergonzado bolígrafo. Borges no se molestó por eso, al contrario, me invitó a perdernos entre amarillentos espejos y laberintos, una y otra vez. Lo dejé para irme a Bombay, detrás de un Si de Rudyar Kipling. Recordé su Carga del hombre blanco y todo el poder de una Europa no tan pretérita. Espero no correr la suerte de su Centinela Dormido. Solapé algunos recuerdos de Whitman pero decidí ir a Austria a ver una galería de Gustav Klimt. No fue su Beso sino la Muerte y la Vida la que dejó pasar el tiempo a través de mis cansados ojos. De allí hice una pronta visita a la República Checa para reencontrarme con Franz Kafka en su Proceso y su Partida. Recordé a mi amigo Milan Kundera y mi Insoportable Levedad. Partí a Polonia a conocer a Slawomir Mrozek, quien me contó varios relatos satíricos, entre ellos, Revolución y El Octavo día. Magníficos. Su obra me pareció refrescante. Me fui a México, para conocer a un payaso que me borró la sonrisa, llamado Garnik, hijo de Juan de Dios Peza, y mientras pensaba en aquella línea “Yo soy Garnik, cambiadme la receta", visité un pueblo fantasma llamado Comala. Allí conocí a Juan Preciado, a Pedro Páramo y a uno que otro muerto, gracias al realismo mágico de Juan Rulfo. Abandoné aquellos espectros insidiosos y me fui a Grecia, donde me fueron presentados poco más de una veintena de pre-socráticos. La cabeza se me llenó de filosofía y mi espíritu terminó anclando en Italia para no volverme loco con tantas teorías. Aprecié la compañía invaluable de Giovanni Papini; sus relatos me devolvieron la cordura. El Prisionero de sí mismo me dejó perplejo, así como su Día no remunerado y El Espejo que huye. Y cómo olvidar la concepción de una nueva religión en su Gog: la egolatría. Lo mejor de Italia sin duda alguna (con el respeto de Dante). Regresé a México porque había olvidado conversar con Octavio Paz acerca de algunos escritos sobre la diáspora. Deliberamos. Pocos días después pasé, rápidamente, por Egipto, para rememorar a Constantino Cavafis y su Ítaca. Me acordé de Ulises y del abrigo que tejía su Penélope. Reí pensando en la fila de pretendientes a ésta. Recordé también que debo ir a Irlanda a debatirme con James Joyce; debo ir bien armado, o debería decir: preparado. Me regalaron un pasaje a Portugal, y apenas llegué, una ceguera blanca invadió mis ojos por culpa de un tal José Saramago. Todo se desmoronaba mientras me encontraba de nuevo en presencia de una epidemia terrible. Pudimos sobrevivir varios días gracias a una mujer sin nombre, única vidente. Allá en Portugal nadie tenía nombre. Ese viaje fue el eco de un mundo ciego ex profeso. Recordé La Resistencia de Sábato y la Fiesta de la insignificancia de Milan Kundera...
Resolví en marcharme a Ucrania, y de allí viajé en barco hasta el Congo Belga, en compañía de Charles Marlow y el Señor Kurtz, para adentrarnos en lo más descriptivo del corazón mismo de las tinieblas del alma humana. Joseph Conrad me dejó atónito. Recordé a Fitzcarraldo y su enorme barco; Werner Herzog se habrá inspirado cual Francis Ford Coppola (me figuro). De regreso pedí que me dejaran en España para conocer a un hambriento pilluelo llamado Lazarillo de Tormes, y una vez más recordé la coyuntura de mi país. Finalmente fui a Nueva York, acompañado de un insoportable jovencito llamado Holden Caulfield, él me dio una vaga idea de por qué asesinaron a John Lennon. Pura depresión. Llegué a odiarlo, pero luego recordé mis aprehensiones asiáticas con el Tao y preferí “no llenarme” con sus impulsivos absurdos. Ahora estoy de vuelta en Rusia conociendo a un trabajador frustrado que, al parecer, tiene un Doble. Ando con Dostoievski, mi gran amigo. Espero estar de vuelta por Venezuela para recibir el año con mis seres queridos no-ficticios. Todo esto lo recorrí con el pasaporte de mis ganas, y un entusiasmo visado a la literatura universal. El año que viene espero poder viajar más, pues muchos otros lugares me faltan por visitar.
Fernando Egui Mejías
#ExtremeBookReadingChallenge

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